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En un departamento de Constitución la abuela Olga murió. Y “por un segundo / el mundo fue solo una explosión lenta / de residuos de mi abuela sobre la vereda”. No hay piedad: los muertos nos dejan todo tirado. ¿Con qué se quedó Gabriel Yeannoteguy en la repartija? Con la voz de la abuela. Los poetas son arqueólogos de familias. Grabaciones encontradas, poemas encontrados, balas, dentaduras, boletas, ropa. Pero dejame su voz. Si los poetas pertenecen, como lee Heidegger, a un mundo intermedio “entre los dioses y el pueblo”, en estos poemas el pueblo no existe más y la diosa habló. Tenemos la comprobación. Olga cuenta su vida, la de un siglo muerto, la explosión lenta, el hongo atómico en las lenguas, “caramba, también habla alemán”, vida pesada y murga hasta la disolución nacional. Somos nietos de mujeres que se llevaron el país a la tumba. Gabriel, como un asaltante del dólar barato, registra también sus propios viajes por Europa o La Gran Manzana, paseos por galerías, puestos de comida, museos, voces de runfla migrante. Pero al viajero lo forjó esa abuela: va a conocer por fuera lo que ella lleva adentro. Gabriel escucha, recoge del río pepitas de oro, las memorias de niña proletaria, las de los que hicieron el país. Y los poemas se guardan como una dentadura en un vaso de agua: preservan la mordida de esa mujer. ¡Y hay un diente de oro!
Martín Rodríguez
Walter Tresols es un poeta con una lengua propia, que convoca todo lo vivo y lo muerto en el monte, para abrir una grieta, y suspendido sobre ese abismo, contar aquello que no pudieron decir ni los vivos ni los muertos.
Tiburones en el monte es un poemario con una mirada política cargada de ironía y de deseo, que se anima a entrar en los lugares más oscuros y en los más cotidianos, sin estridencias ni melancolía.
El monte puede tener tiburones, a los que se le escriben cartas: ustedes no son un país / ni siquiera una isla / cuando quisieron ser una casa / fueron una casa tomada. Pero también tiene otras voces que nos dejan ver una genealogía que comienza a esbozarse en estos poemas.
El monte late, susurra. Y puede olerse.
Y no falta (como no debería faltar nunca) la sensualidad, el detalle. La poesía aquí se descubre como un lugar lúdico y de resistencia, sin olvidar la belleza.
Cynthia Matayoshi
Hoy el temporal es como una nota pedal en el continuo minimalista de mis latidos. Contrapunto de galerna y miocardio. La imagen de una enamorada con boina que me invitaba a traducir Prévert, su desesperado silencio en mis ojos. El abuelo, los restos de una centolla frita, una botella de jerez vacía, después la embolia. La piel del viento, mi piel. Los cerros volátiles exhalando el cielo de mi pueblo, y una bicicleta, animal de bajamares. Todo ese tiempo de vagar con la música del vendaval en los párpados. Desalojados, nos pensamos en cuerpos negados al dolor. Nunca nos buscamos la yugular y el vientre. Sólo vibramos en el mismo temporal, con el mismo vicio de hacernos lejanía.
Alegret
Lesiones de un discurso amoroso
La sonrisa de las hienas reúne once relatos de Federico Ferroggiaro que abarcan diez años de su producción, de 2012 a 2022, y que han formado una logia en este volumen por un aura, un rasgo en común que los vincula, de diversas maneras, con lo extraño, lo perverso, lo obsesivo o aquello que, sin entrar en teorizaciones, podríamos denominar lo fantástico o la realidad distorsionada.
Apelando a distintas formas, narradores y puntos de vista, cada uno de los once nos lleva a la encrucijada de caminos diferentes y atrapantes, a mundos que nos resultan familiares o a otros que se presentan ligeramente alterados. Ya sea colándose en los trasfondos de la política, como envolviéndonos con voces que narran viajes, amores o miedos que nos asaltan, se asoman en ellos los conflictos que marcan la condición humana.
Quienes ya han leído cuentos de Ferroggiaro pueden estar tranquilos porque, como es habitual, están garantizadas en estas páginas la fe en los argumentos, el trabajo con el lenguaje y la búsqueda de aunar en cada texto historia, estilo y trama.
Que tire la primera piedra quien no le ha dado la espalda al triste circo del mundo. ¿Qué hay, en el mundo, que alguna vez, todos, quisimos darle la espalda? O mejor dicho, ¿qué le falta? Valeria Correa Fiz no nos lo dice explícitamente, pero nos propone, a través de este poemario, un diálogo. Mientras habla, va tapando con el refulgente harapo de la palabra, los vacíos y las ausencias. El deseo es una forma de la ausencia, ¿de quién? Del amado, de la patria, de la justicia, de aquella realidad que, en sueños, se deja entrever y que se dispersa ni bien pisamos el otro lado de esta otra nebulosa, pálida realidad.
Amar a veces es simplemente amar. Otras, es invertir, capitalizar lo que haya para mí, conseguir algo. Aquí no hay eso porque no hay, en estos poemas, una idea del placer egoísta, si no un erotismo reparador del otro que no está, o que está yéndose, o que está en viaje, que siempre es un cuerpo o una materia ausente que el sujeto lírico -amantísimo y casi maternal- alivia, perdona, y deja marchar: Ven:/ llora entre mis piernas,/ bebe del cuenco de mis manos el agua pura./ Estoy esperándote hace tiempo; te he amado hasta en las pérdidas… No juzga. No pide. No hiere. Es sabio y antiguo, este dolor, de sabernos desgarrados y solos.
Como el ser amado, el Sur, ese territorio hecho de verdad y fascinaciones, es un lugar de deseo siempre inalcanzable, siempre en fuga, un lugar al que no se llega nunca porque es lejano, o porque el Sur que se anhela es interior y no tiene su correlato en lo real, o porque es muchas veces el Sur y quien anhela va construyendo, con esas pérdidas, una identidad: Cada exilio -dice Correa Fiz- es un modo de encontrarme en la pérdida/ y descubrirme en la ausencia.
Lo excesivo de la vida en su modo especular -aquello que no está pero podría- aparece, en Perder el sur, exquisitamente representado, porque me lo quitarán todo,/ menos/ el misterio de la voz que me escribe.
Agradecemos esta voz -estas iluminaciones-.
Elena Anníbali
Sabe la loba que los mitos no mienten o mienten mejor que nadie. Por eso aúlla y se transforma, como el amor, de piedra a polvo astral, de las ruinas de Troya a las de su país, que en el crepitar de los siglos son la misma matria. Sosteniendo como Atlas un mundo en su espalda, por la espiral de su ombligo va de la teta a la lepra, y en el vaivén descubre un siempre irse y un siempre volver, a cantar, a contar, a citar las muchas voces del origen, la identidad y el destino. De ahí que la loba Casandra invoque al tres, que por algo es el número de la fuerza, de la magia, de la épica.
Saben estos poemas ser épica ser lírica ser tragedia, ser cursis ser violentos y suaves ser andrógines queers ser tradición y barbarie ser Eros y Tánatos jugando al ajedrez o una cigarra cantándole al olvido, ser venganza de Dafne ser para Edipo ojitos de peluche, ser nana para Safo ser griegos ser romanes ser troyanas ser mágicos tristes celestes ser barroco sevillano ser agujas en el vientre de Penélope o la virginidad tomando café en un bar de Pellegrini.
La palabra nombra y crea mundos: es magia es poder es poesía es maullido lunático es el aullido atávico de la loba infinita.
Rocío Muñoz Vergara
De cada uno de los bichos que limpiás a diario, si hacés el mínimo intento de trazar una genealogía, aparecen las horrendas circunstancias de su muerte, dice Carranza, uno de los personajes de Taxidermia. Esta novela, que Carolina Musa construye alrededor de un hecho real (el incendio del Museo de Ciencias Naturales de la ciudad de Rosario, el 1° de julio de 2003), se convierte, mucho antes de que el lector lo advierta, en el terreno que habilita el rastreo de esa genealogía.
Un estudiante que no estudió, una empleada que no zafa de su madre, un hermano que roba las hectáreas de la familia y el taxidermista que dirige el Museo moverán la trama entre el policial, el absurdo y la distopía retroactiva que incluye contactos con alienígenas, exposiciones de híbridos y fetos enlatados.
La linealidad del lenguaje estalla en caligramas, poemas visuales, alteraciones de la tipografía como los vidrios del museo en la escena final: la escritura de Musa hurga sin mediaciones ni preámbulos en la subjetividad de los personajes que saltan de la palabra al sueño y de la acción al deseo sin escalas.
Volver es la ilusión de quien ama o de quien recuerda que amaba mucho algo. Dicen que no hay que regresar al lugar donde se fue feliz, pero donde no lo fuimos ¿será necesario volver para cambiarlo? ¿Se puede poner en otro lugar el dolor?
Ignacio Llanes con oraciones breves y furiosas deja sus heridas en el texto, las palabras son flechas que se incrustan agudas para marcar la tensión. Sus personajes se reinventan en esa incomodidad, vuelven al dolor que los destruye para construir su propio universo, este que dice: somos humanes porque podemos entrar en aquello que nos descarna.
Los cuentos de este libro no escatiman en esa generosidad, nos ofrecen ese bálsamo: la esperanza de poder poner nuestros dolores en otras heridas.
Alguna vez pensé la construcción del poema como una serie de capas.
La primera capa es la intuición de una idea elusiva, informe, vaga.
Lo mejor que puede pasar es que despierte el deseo de ser alcanzada.
La segunda capa son palabras que surgen como lobos en el bosque.
Huelen la idea, la acechan, la merodean, se preparan a devorarla.
La tercera capa es textura, el plegamiento que esas palabras provocan
en la superficie. Anfractuosidades. Es la capa táctil.
La cuarta capa son otras palabras que caen como gotas y buscan su lugar
entre los accidentes de la geografía del texto incipiente.
La quinta capa es la relación entre la cuarta y la segunda.
Produce tensiones, apareamientos y rechazos. Es la capa eléctrica.
La sexta capa es un dibujo, la ubicación de las palabras en el espacio.
Es la capa más consciente de la mirada.
La séptima capa es un eco. Es la capa del sentido y sus reverberaciones.
Es una ola. Es el sonido y el vuelo.
Más allá de eso, el silencio.
Dentro de la inquietud provocada por el mutismo se alzan momentos a la deriva captados por autores como Lautaro Vincon, que bucea en zonas abisales, se interna en el eco de lo indecible en pos de una frecuencia a punto de disiparse y, nutriéndose de todo lo que vaga fuera del plano fotográfico, revela las diapositivas del espacio entre las cosas. En los diez cuentos que componen Todo es mejor sin nosotros, sus criaturas están perdidas pero ignoran que correrse del camino trazado es otra manera de encontrar y de encontrarse; son padres y madres, hijos e hijas, parejas o seres solitarios refugiados en el extrañamiento, propensos a desgarrar el velo de la realidad igual que fantasmas narrando sus propias historias en un ciclo interminable: buscan trabajos, reciben peligrosas visitas durante la siesta, se inmiscuyen en fiestas al costado de la ruta, planean venganzas y enfrentan el Fin para hallar la alternativa a un mundo desprovisto de nuevas oportunidades.
La mansa brutalidad del mundo nos sumerge en la locura y la perversión, la rabia y el miedo, la culpa y el deseo, la redención y la venganza: sentimientos encontrados y salvajes tan familiares en la escritura de Liliana Díaz Mindurry. Si bien no se trata en sentido estricto de una novela de terror, el terror nos atraviesa y no nos suelta. “Algo había en el aire, y no es que no se sintiera: se sentía perfectamente, un aire de traición”. Leemos con temor y temblamos ante las palabras que nos atrapan en su red. Palabras de horror, pero también palabras con la potencia poética que despliega Mindurry en toda su escritura. Tiempos y lugares que se temen y que al mismo tiempo se intentan recuperar. Así que quien lee no puede más que dejarse arrastrar por la voz seductora que, intuimos, nos llevará hacia nuestra propia perdición.
Elena Bossi.
Bailongo de mascarillas y orgía de borrachos del alcohol etílico y el sofoco. Peste negra transcribe las consecuencias del encierro a partir de los gimoteos de un ser arrasado por lo siniestro. Sus balbuceos intentan denunciar los hedores de la pandemia en una sociedad que dejó de existir porque nunca existió. El color del título apunta al progresivo oscurecimiento que padecen las marcas sobre el papel, infectadas por el virus del lenguaje. Del efímero bucolismo a los violentos brotes de odio vecinal en un no-afuera inasible. En definitiva, se intenta traducir los berreos de un otro atormentado que se pasea y camina, incansable, por el bosque anchuroso de un monoambiente de doce metros cuadrados.
Peste negra ofrece, además, una clara y contundente descripción del mundo pospandemia y sus futuras transformaciones. Payadas entre Confucio y Juan Moreira en pampas de tofu. Aludos cochinillos vigilan y cantan desde el cielo: “Bailemos un tango, y no temas contagio. Balemos, que el virus no te pongo, uno baila acá y otro en el Congo”.
Evidencio Triputti nace y trabaja en Rosario; y en el Pasaje Francés pone su nueva agencia de investigaciones, junto con Daniel y Rogelio Salmona. Es un hombre mayor, decidido a meterse donde no lo llaman y también a no dejar que su vida sea demasiado tranquila. Rencores viejos y el alerta de un amigo, el Comisario Vignoli lo hacen emigrar por un tiempo desde Rosario hacia Casilda. Oculto a la vista de todos. Las muertes de dos alemanes viejos y olvidados lo ponen de nuevo en marcha, de la mano del citado Vignoli y su ad later Urueña, un reservado colaborador informático de la policía. Historias clausuradas. Muertes olvidadas. Reliquias de otras guerras y parte de muchas vidas oscuras que salen a la luz; dentro de la paz de esa ciudad tranquila del sur de la Provincia de Santa Fe.
A nadie le resulta raro el clima de paranoia y desconcierto que puede despertar una enfermedad. Menos, la idea de que esa enfermedad pueda derivar en una invasión de zombis. Ya sea en el mundo real o en las series que todos citan, ambos conceptos nos saben a lugares comunes. Pero, ¿qué pasa si eso mismo es contado desde el punto de vista de una pareja preocupada por los pañales de su beba? ¿O por el hecho de que el fuego de la relación se ha perdido y no saben qué hacer de esa vida juntos, para nada excitante? Este contrapunto es lo que subraya la originalidad de El viento de la pampa los vio, novela de Juan Ignacio Pisano, escrita antes de El último Falcon sobre la tierra. En sus páginas, el autor inventa un nuevo género: el del “terror gauchesco”. La llegada de un extraño mal que vuelve (aparentemente) loca a la gente sorprende a Hilario, Amalia y la pequeña Mara en plenas vacaciones en Las Grutas. De esa quietud adormilada, pasamos a una road movie rockera en donde la acción se combina con dos padres que arman, en la intimidad, un mundo en donde criar a su beba. Claro, siempre que pueden escapar del malón zombificado que cada tanto emerge, en muchos casos, a la manera de cuadros grotescos que no retacean lo horroroso. Pisano recurre a cierta compasión y amor familiar que hace juego con la sangre, los rostros desencajados por el hambre y la sensación de que todo momento es el último. Porque quizás lo sea. Resta leer el libro para averiguarlo.
Fernando Bogado
Con destreza admirable, Daniela Camozzi logra que esa posibilidad sea cierta. El regente de este acierto, el ingrediente nodal al que se suman los ya mencionados, es el coraje. ¿Qué otra cualidad, sino el coraje, la osadía, se requiere para ponerse de lleno en el lugar del otro y decir desde allí con autenticidad? ¿O para mostrarse vulnerable, o un poco infantil, como cuando la madre, –en el poema Madre enferma– indica a la hija (grande): […] Dejá ya la sillita. / Andá al fin a tu juego.? Coraje, en definitiva, para hacer de la empatía una acción, para convertir en acto un valor que, de otro modo, podría quedar circunscripto a una mera declaración de buenas intenciones.
No solo nos encontramos ante un exquisito poemario, sino también ante un procedimiento ejemplar y desafiante: Daniela Camozzi entró en el bosque oscuro. Y con el coraje calzado en su frente como linterna minera, lo recorrió y fue hallando los tesoros que le permitieron alumbrar La posibilidad. La posibilidad de crear presencia allí donde hubo ausencia; de crear, con los mismos materiales, una obra nueva; de decir al otro y lo otro.
Mónica Rosenblum
Estas son las tierras bajas. Las del barro. Las que se inundan. Donde nada crece ni funciona. Donde las baterías de la civilización están en sus últimas líneas y hasta el lenguaje se acaba. Allí algunos no hablan, no pueden o no quieren. Todo se raciona. Y día a día las pandillas de chicos en bici o a caballo se disputan el control de la zona. En cuanto uno asoma cabeza, hay otro listo para cortarla. En el medio de las cruzadas barriales, la gente sobrevive. Trata de no llamar la atención. De hacerse invisible. Pero la narradora tiene un problema: un poder. Sabe leer y escribir, y debe poner sus servicios a alguna de las bandas en guerra. Peor aún, en un mundo en el que los autos son una rareza, aparece un vehículo tan extraño como un animal mitológico: ¿el último Falcon de pie? El abuelo, un ex corredor de Turismo Carretera, es quizás el único capaz de devolverle la vida. "El último Falcon sobre la tierra" nos cuenta nueve días de una comunidad extraña, marcada por la tragedia y las catástrofes, pero también por nuevos comienzos. Porque, como dice la narradora: “La esperanza adquiere a veces unas formas muy extrañas”.
LEANDRO ÁVALOS BLACHA
Planteado desde el título como la resolución de un enigma policial, el nuevo libro de Alejandra Pipi Bosch trae al presente –como un camino que se desanda, como un álbum que se despliega y al que se vuelve en la madurez– una historia familiar que, sumado a sus últimos poemas editados, viene cincelando una voz sin estridencias ni efectismos: prístina y efectiva. Su voz poética se afianza en un decir luminoso y atinado. Y un paso más allá del tema.
En la distancia del título, el yo poético se sostiene y abre a una secuencia que va, podríamos decir para atemperar el golpe, del pedestal al sometimiento y en la dupla Caín – Abel (¿quién es quién, en el mito y en la propia historia?), los pasos que desanda la historia familiar se concentran en el recuerdo como cárcel donde el poema es clave y llave donde hacer pie: “Un solo poema/ y podría escribir todos/ y sólo diría, este dolor”: es ahí donde fuga el efecto, por las marcas y las huellas de ese dolor (que tiene en su centro a la madre).
Y bien lo dice Pipi –y lo subrayo: “y espero ser salvada de las aguas/ para poder así, fundar y decir/ esta es mi lengua”, porque en las aguas del dolor la poesía es un salvavidas. Indudablemente.
JUAN FERNANDO GARCÍA
Javier es músico y vive en Madrid acosado por el recuerdo borroso de una mujer y por un sueño donde golpea el portón de un cuartel. A cada recuerdo le recrudece la picazón de las dos heridas que tiene en la cabeza. Un día, mientras trabaja en un crucero, alguien lo reconoce pero lo llama con un nombre errado. ¿O no? Javier intenta seguir con su vida hasta que su esposa lo deja por su mejor amigo y ya no tiene más excusas. Entonces vuelve a Rosario para comprobar si esa mujer que sueña existe de verdad. Allí vaga sin rumbo. Decidido a regresar a Madrid es reconocido por la calle y el pasado se rearma ante sus ojos pero no de la forma esperada. Así se va escribiendo otro presente, grotesco pero real y donde “siempre es ahora”, según repiten otros personajes. Ahora Javier debe lidiar con ese presente donde se destacan villeros que filosofan y citan a Borges, amigos borrachines que podrían tener la clave de ese pasado atomizado, un ominoso auto abandonado en un garaje, canciones que reflotan del olvido y mujeres despechadas, a veces con razón y a veces no. Chiabrando escribe una novela trágica y a la vez divertida, con el pasado como tema y el marco histórico de la violencia institucional que comienza a desperdigarse, casi gratuitamente, casi como una broma, en esa sociedad donde siempre es ahora.
Siguiéndole la corriente al título -o a una parte-, los primeros relatos de este libro podrían leerse como cortometrajes o escenas desordenadas de una película más larga. A medida que avanzamos vamos armando una gran escena familiar. Una que se desarrolla en el corazón del campo argentino: podemos sospechar esa Santa Fe agrícola adonde fue a parar buena parte de la oleada inmigratoria de fines del XIX y principios del XX. Un corazón todavía no contaminado por la soja ni el glifosato pero ya amargo y cruel; lejos de la caricatura simpática de Molina Campos. Un paisaje que se construye con trazos por momentos líricos y hermosos, pero que es también -sobre todo- el escenario de la violencia: de hombres a mujeres, de padres a hijos, de hermanos a hermanas, de niños a animales. No hay nada apacible en esta ruralidad descarnada y hostil con quienes la habitan y la penetran a fuerza de arado. La Juanita es el personaje que vertebra estos relatos y, en la segunda parte, ¿la del detrás de escena, el fuera de cuadro? se convierte en el alma mater del libro. A partir de fotografías del album familiar, en un tono confesional, más despojado de los artificios de la literatura, se completa la película narrada por su nieto.
Ficción y documental al mismo tiempo La Juanita. Su película, le da un golpe de aire fresco a la llamada narrativa autobiográfica.
Selva Almada
Algo imposible en las cosas es, acaso, el mejor título para conjugar los doce relatos que componen este libro. En efecto, los personajes que habitan estas páginas evidencian esa imposibilidad: el horizonte como abismo, la felicidad como evocación alucinatoria de una inexistencia. Los personajes quedan ahí, al interior de cada cuento, en el centro de cada escena, aleteando en el silencio. Damián Pulizzi tiene la magistral habilidad de no limitar el alcance de los cuentos: no los banaliza, no los rompe; los deja ahí, a la intemperie, a que sigan diciendo. Son pinceladas que dejan todos los desgarros a la vista y nos regalan, al final del camino, un cuadro imprescindible sobre la herida de estar vivos.
Mariana Travacio
De frente al frente: una mirada valiente recorre el ahora inmerso en la historia legada. Ella mujer, amante y amada, hija y madre: una estirpe inmigrante y azorada ante una vida que no sé, afirma en la duda y desde ahí despliega este libro filoso. Con mesura, que no es recato: la voz poética se contiene porque sabe su potencia y los conjuros que puede convocar. Como el mar, el universo es brutal. La potencia impulsa estos versos ante el esfuerzo de recuperar la historia familiar y proyectarla hacia adelante. Una constelación de parentescos brilla en ese cuchillo que se clava a la tierra con fiereza para que el gesto encarne todo el poder de la palabra.
Desde la grieta que marca una casa, ese lazo que no deja de envolver la voz empodera la posibilidad y una madre le murmura a sus hijos: la calma es mi abrazo y mi abrazo /el orden del mundo. Este intenso libro es tan poderoso como la silueta de Loreley frente al mar y viene a recordarnos que, a pesar de las furias oceánicas que nos signan, vale la pena meterse en estos tsunamis del poema y de los días porque, como ella bien dice: nunca hay suficiente mar.
ANDI NACHON
El libro de Beatriz Pustilnik: Nosotros, los de entonces comienza con un abuelo poeta. El zeide le revela a su nieta que un poema no está solo en los olores de la tierra sino que se desdobla y puede esté escrito en las estrellas. Tiene razón, un poema es una constelación. En este libro, como decía el zeide, las palabras poéticas son como las estrellas: “Siempre brillan, aunque esté nublado, se agazapan detrás de la bruma y titilan sin que las percibamos”.
En la novela, la historia del país también se desdobla. Son los tiempos duros de represión y muerte en el país. En las calles de la ciudad, los Falcon silenciosos circulan cargados de amenaza y de muerte. Al mismo tiempo, una compañía teatral de jóvenes representa obras de teatro en las villas. El espacio teatral es un espacio de libertad.
Una contratapa siempre es mezquina. Pero esas dos escenas donde la historia se desdobla en: Nosotros, los de entonces, confirman que una escritura poética, sin excluir el humor, puede contar una historia tremendamente real.
Luis Gusmán
El afortunado lector de estos relatos de María Bohtlingk podrá sentir, a medida que se adentra en ellos, que su protagonista, más allá de sus diversos nombres y máscaras, es siempre la misma: un ángel (dicen que los ángeles no tienen sexo, pero ésta es mujer sin duda, dicen que son celestes, pero ésta es también terrena) que atraviesa volando los cielos de la niñez para luego aprender a saltar, caminar y a veces arrastrarse con las alas plegadas a través del escabroso terreno del trabajo, la pareja, la maternidad, intentando recuperar el vértigo del vuelo perdido en las permanentes mudanzas de país o en los vapores del alcohol; y que elevándose y estrellándose una y otra vez, termina reencontrándolo en la ficción, ese escondite donde desde la más temprana infancia aprendemos a guardar todo lo que necesitamos preservar de la destrucción.
Carlos Gamerro
Ámbar, una mujer con el corazón roto, su amante casado y el sobreviviente de una tragedia aérea argentina que ha perdido la memoria, son los tres ejes por dónde corre esta novela. Este último protagonista, pasajero del dramático vuelo 3142 de LAPA, sufre sucesivas crisis que lo llevan a transmutarse en mariachi, playboy norteamericano, enfermero brasileño y muchas personalidades más con las que vive aventuras increíbles.
La historia incluye a una suma de personajes hilarantes del submundo del periodismo cultural de un periódico cuya nave madre está situada en un barrio suburbano que no es por completo Rosario y tampoco es Buenos Aires.
Todo buen texto plantea preguntas, y Ámbar quiere dejar algunas. Aquí las preguntas giran en torno a la memoria y el olvido: ¿qué dura más?, ¿en cuál de los dos vive el dolor? ¿qué clase de hélice mueve el tiempo? ¿se puede amar en la desmemoria?
Quien se adentre en la historia no saldrá indemne: el mundo se divide, parece decirnos, entre los que buscan perdidamente ser amados y entre los que apenas se interesan en amar a alguien. En uno de esos dos grupos, seguramente, se inscribirá el lector.
Estampitas es un poemario sobre la memoria del cuerpo social, familiar e individual. Los poemas trabajan los símbolos del origen (el huevo, la olla, la casa, la vaca, las vísceras) y los procedimientos de oraciones y relatos de apariciones de santos. Usan la repetición, la cita de voces, la invocación, el estribillo para lograr ritmo de liturgia o magia. Abren una genealogía con la ciudad mestiza (el Salado, el barro, el mimbre, la washí toba, los huesos, la Setúbal y sus fuegos) y una pregunta acerca del origen y la sangre: ¿Nos iremos alguna vez de ese relato autoinmune/ que es el origen?
Quizá la sabiduría del olvido sólo les sea posible a quienes han vivido una experiencia intensa, y en toda experiencia intensa se cifra el enigma de un relato. Son borrosas las fronteras entre la vigilia y el sueño, entre la complicidad y el amor, entre el viaje y la imposibilidad de moverse, entre la hazaña y el fracaso, entre el recuerdo y lo que las revistas dicen de esos recuerdos imborrables. Así lo muestra Vázquez a través de una prosa ágil y de tramas envolventes. En las historias de Cristian Vázquez hay encuentros fugaces, lugares fantasmagóricos, miradas que revelan deseos, recuerdos inciertos; hay parejas insomnes, hombres sin dinero en las barras de los bares, viajeros curiosos y mujeres que sueñan con casas familiares. La huella de lo extraordinario se pasea por el mundo cotidiano y produce incertidumbre. Los personajes parecieran buscar el momento exacto en el que se decidió el sentido de sus vidas y el lector, cautivado, entra en ese juego de las pesquisas; observa, al igual que lo hace un detective, el signo que anticipe de qué lado caerá la moneda, el gesto o la palabra que dirán algo más de lo que pretenden decir. Entre lo velado y lo prodigioso, con prosa elegante y precisa, más que en lo elidido o en lo que se dice, la tensión de las historias se sostiene en la maestría de las sugestiones y en la capacidad de dar con el instante en que se vive una historia.
Martín Lombardo
Vietnam es un libro de poemas que describe escenas, personajes, sueños, fantasmas, y anécdotas que tuvieron lugar durante una visita a ese país. Es también una crónica de viaje en verso, en prosa, y en imágenes fotográficas, que intenta describir un periplo que se desarrolló entre julio y agosto de 2018 e incluyó las ciudades de Hanói y Ho Chi Minh y poblados del delta del Mekong. Los poemas surgen de las notas de un viajero aturdido, como manotazos de un ser ahogado en la otredad, y en una búdica Mar Océana de motonetas.
Los fantasmas de la denominada Guerra de Vietnam están también, y se pasean orondos por los rincones (las pagodas, los lagos, los retacones banquitos de plástico, el bambú, los frutos opulentos, los cuencos del loto milenario) de uno de los pocos países del mundo donde esa contienda no se denomina así, sino Guerra contra los estadounidenses, o contra los sac mi (bandidos estadounidenses). Hanói, Ho Chi Minh City y el delta del Mekong se apilan, copulan y danzan, enloquecidos, junto a Rosario, la Argentina, Estados Unidos, y las palabras de José Lezama Lima, Ramón del Valle-Inclán, Henry Kissinger y John F. Kennedy, entre otros.
Una lengua tonal serpea en melodías de perfumes y colores. Una respiración que fluye marcando la distancia hacia lo inasible.
A los personajes de Esos de ahí afuera —tan diferentes, tan similares entre sí— los miramos a hurtadillas, desde lejos, por temor a reconocernos en sus miserias. Seres atenazados por una pérdida inminente o por el deseo de lo inalcanzable, empujados a tomar decisiones en situaciones cotidianas que, debido a su impericia o debilidad, ellos mismos transforman en situaciones límite: César advierte cuán frágil es su vida familiar; Nadia rechaza a su ángel de la guarda; Belén aprende a ser un botín de guerra; las sombras se ciñen sobre Gustavo cuando alcanza la gloria profesional; Haydée se deja arrancar un bebé de las tripas porque es lo que corresponde; a Antonio la vejez lo vuelve invisible; Alexander no sabe cómo escapar, ni del mundo ni de sí mismo; un viaje en avión transforma a Gregorio; a Rogelio la muerte no le quita el sueño; y Francisca lo entiende todo, absolutamente todo minutos antes de morir... Cuentos que construyen un fabuloso catálogo de semblanzas y registros —el lector encontrará modismos españoles, rioplatenses o mexicanos— y, esencialmente, de modos de enfrentarse al mundo.
“Diez fogonazos o bengalas que iluminan parcialmente lo que nos rodea. Su lectura nos deja con ese sentido de extrañeza con que, en algunos momentos de rara lucidez, contemplamos nuestras propias vidas”.
Pedro Zarraluki
“Un ejercicio de tonalidades, de circunstancias, de laberintos y encrucijadas”.
Carlos Skliar
“Una brillante muestra de por qué el ser humano es tan fascinante como imperfecto”.
José Ignacio García Martín
Como las flores del árbol africano, cada historia de este libro despide un delicado aroma, suave pero intenso, que intuye y comprende los contrasentidos de la vida. Los relatos están transidos de humanidad y de una cierta ternura que a veces, como la vida misma, roza la crueldad y el absurdo, como un cartón mal pintado. Sin embargo, y pese a las desgarraduras del alma, los textos destilan una bruma de mar en calma, un celaje poético que todo lo impregna y que nos invade. Sin pretensiones, sin justificaciones, nos hace salir de la lectura, perturbados por el prodigio de la narración.
La tía le había contado del peregrinar ancestral de su pueblo en busca de algún lugar donde echar raíces y parir hijos, escribe Nadia Isasa, con un tono mítico que, por fortuna, profana la ficción contemporánea. Realidad y ficción son una misma cosa al fin. Porque ambas se contienen, porque ambas se retroalimentan la una de la otra. De este modo lo defiende esta autora en sus narraciones a través de los cristales del caleidoscopio con el que observa. Lo legendario y lo contemporáneo, lo cotidiano y lo mítico conviven en el imaginario individual y colectivo de estos cuentos.
Luisa González, Tarragona (España)
Como toda la obra poética y narrativa de Luciano Trangoni, este es un libro sobre el sufrimiento de los inocentes, literatura templada en la llama infernal del capitalismo tardío; surgió como respuesta coyuntural urgente y decantó en una síntesis esencial.
El eje temático que titulaba su poemario anterior, El sanatorio de los hechiceros imaginarios, se continúa aquí en “El hospital de los réprobos”, una balada en secciones sobre el inframundo en vida del encierro institucional. Epigramáticas y contundentes denuncias sociopolíticas se intercalan además con escenas levemente siniestras de la vida doméstica cotidiana, desarrolladas en poemas narrativos extensos. Estas viñetas novelescas en verso aúnan la clara síntesis del poeta y el pulso de narrador al que nos tiene acostumbrados en sus contratapas de Rosario/12 y en sus libros de cuentos.
La estética de Trangoni es transparente pero no simple. Se centra en una cuidada selección léxica en función de una atmósfera consistente y un tono implacable. Una vez más, atraviesa su poesía un micro-manifiesto sobre la propia práctica: en su letanía, el poeta deviene “escriba del infortunio”, “amanuense del absurdo”, un enciclopedista del hambre y un peregrino del desierto cuya austeridad lo libra en parte de ser esclavizado; pero al final y por encima de todo, es: “un hombre / que ama / como un recién nacido”.
La palabra del poeta busca aquí enunciar la voz que nos despierte de la pesadilla del horror normalizado, aquella que lo señale de tal manera que podamos horrorizarnos y reaccionar. Esta palabra poética es profética, en el sentido de la función social del poeta como despertador de la conciencia de quienes lean estos “testamentos apócrifos / en mitad de un relato / hecho de monedas y fusiles / mapas de viento / y cenizas”.
Beatriz Vignoli
El reposo de la tierra durante el invierno parece ser una novela histórica de primera mano, y digo parece porque en su narrativa subyace la elección de una forma de relacionarse con el pasado. La voz que narra nos introduce en la memoria, como si el recuerdo también fuese una trampa. Desde ese espacio nos muestra el derrotero de una familia que se derrumba mientras el país se derrumba. Nos acerca a su historia que se desarrolla desde la inocencia de una niña hasta su adolescencia, las cuales repasa mientras sus recuerdos evocan las desapariciones y pérdidas de libertades que ocurren en la Argentina de mil novecientos sesenta y ocho a los ochenta.
En una novela es importante ver desde donde se narra, incluso a veces es necesario dar unas pinceladas a los recuerdos. Así nos damos cuenta de la desvinculación que sufrimos para con otras realidades mientras vivimos aquello que parece ser nuestra realidad. Este personaje nos invita a rescatar lo que hubo de bueno en el pasado, a entender cuan difícil es no reproducir la violencia que nos rodea y a confiar en los pasadizos de nuestra memoria. Lo pendiente está presente en esta hermosa novela y lo pendiente es lo que no alcanzamos a ver todavía.
Mayda Colón, poeta.
Puerto Rico
El tema de este poemario es la lectura del Hamlet en la imaginería de una azotea (cerebro, espacio de pensamiento) donde vive una niña en los años sesenta y otra niña posible del siglo XXI. ¿Cómo se encarna una lectura en una vida? ¿Se puede hablar de la reescritura de una vida a partir de la expe- riencia lectora? ¿Las obras clásicas modifican los entramados vitales, subvierten los mandatos, son, en definitiva, revisación del lenguaje, incluso del lenguaje de una época?
Esta obra cuestiona los géneros literarios como compartimentos cerrados con meros fines de didactismo. ¿Es un poema, una narración, una pieza dramática? Porque el poema narrativo luego se convierte en una pieza teatral o adaptable a teatro. La autora de La maldición de la literatura considera que cualquier género literario tiene un sustrato poético.
Con ironía melancólica nos internamos en un juego de cajas chinas y las inevitables simulaciones, espionajes, mentiras, disimulos. En la traición de cualquier lector y de cualquier escritura.
Transgénica es un libro urgente, un libro necesario. ¿Para qué necesitamos los poemas, por qué urge escribirlos? Gabby De Cicco se lo pregunta, una y otra vez, mientras cumple su misión, mientras hace lo que tiene que hacer: escribir. El epígrafe de Chantal Maillard que abre este libro dice: escribir/¿y no hacer literatura?/…/¡y qué más da!/hay demasiado dolor/en el pozo de este cuerpo/para que me resulte importante/una cuestión de este tipo./Escribo/para que el agua envenenada/pueda beberse.
Esta es la declaración de principios que indica que estamos frente a un libro que no podría no haber sido escrito. Esos son los libros -pienso- que hacen falta: los que están en el lugar del aire para quien está asfixiándose, los que son alimento cuando se desfallece, los que sostienen -físicamente- un cuerpo que trastabilla, que busca, desesperadamente, evitar la caída, los que nos nutren, nos hidratan, nos mantienen con vida en medio de tanta muerte. Los que hacen, por su sola existencia, por la combinatoria de sus palabras y sus silencios, que el agua envenenada pueda beberse.
Claudia Masin
Como quien consigue entrar y salir/ por puertas invisibles, Clarisa Vitantonio se desplaza en Los aplausos del viento a través de pliegues y recovecos que se van haciendo surcos.
Poemas despojados, sin títulos, sin mayúsculas, sin negritas, casi sin puntuación. Y un campo semántico que insiste en rumiar las ausencias, los abismos, la soledad, el silencio, los vacíos que ocupan unas presencias indefinidas del pasado: a veces ato una soga/ para encontrar un fantasma/ en mi espalda, dice la poeta y se interroga todos los fantasmas/¿para qué vienen? en un doble movimiento que pone en jaque a la memoria: una memoria de pez/ en un mar que no se halla.
El pulso de un tiempo perdido –en la letanía/ de una puerta/ de una casa/ de un suburbio/ de una ciudad– es el que late en estos poemas. También la persistencia de la lluvia –que cae a veces a cántaros, a veces gota a gota/ como tortura china–, y la persistencia de un viento blanco, abismal, que humedece las ideas. Cae la lluvia y no se puede hacer nada, dice Vitantonio, más que levantar paredes/ para no percibir/ los aplausos del viento.
Pero, no obstante, una entrada de luz ilumina esa gravedad bucólica. Justamente es en el acto de la escritura donde aparece, o apremia, la luz y la reconciliación: volver a ser –dice la poeta–, salir del hueco, encontrar las piezas que sobran o que faltan, volver a delinear/ el mundo.
Carolina Musa
Si toda teoría es un punto de partida, una posibilidad de acercamiento a una zona de conflicto o incertidumbre, la lectura de este nuevo libro de Alicia Salinas se impone como la voluntad de descifrar lo oscuro, lo difícil, lo subterráneo a través de la palabra poética.
Como en la cita de Circe Maia que encabeza el poema Culpa, se trata de atacar con palabras cosas delicadas, de develar los mecanismos que nos llevan al sufrimiento y nos impiden dejar atrás la inercia del pasado, en un recorrido que transforma lo vivido en puro aprendizaje, porque están en juego cosas delicadas como el dolor, la ausencia, el deseo.
Podríamos decir que toda mujer proviene de una estirpe, de una matriz de silencio, de una genealogía de lo callado que deberá revertir para evitar el terror de trasvasar las preguntas a las próximas generaciones. En ese intento, cada poema se convierte en el escenario de un combate cuerpo a cuerpo, palabra a palabra, para dilucidar el sentido de la niebla y descorrer su cortina engañosa. Una travesía acompañada por el viento del lenguaje, por la palabra que sopla y golpea.
Celia Fontán
Las Rotas es una novela que desde la mirada de un chico cuenta una terrible historia familiar, como las que a mí me gustan. Este chico cuenta a su familia en imágenes metafóricas donde todos quedan atrapados como podrían quedar atrapados en el alcohol, en las drogas, en el odio, en la demencia. Personajes sueltos, distantes. Una madre piedra, un padre piedra, un hijo piedra, todo así. Pero todos, de una forma o de otra, cambian de piel, son engañadores y son engaños de ellos mismos. Es una novela golpeadora (o golpeada), pero que habla con la voz cantarina y absurda de un chico que aprende a cambiar de piel, también, para encontrarse a sí mismo. Y su mayor encuentro de sí mismo se logra, seguramente, en la voz que encuentra para contarse. Con esta novela David Muchnik engendró una nueva mirada sobre las cloacas de la vida familiar.
Félix Bruzzone
Estas son las tierras bajas. Las del barro. Las que se inundan. Donde nada crece ni funciona. Donde las baterías de la civilización están en sus últimas líneas y hasta el lenguaje se acaba. Allí algunos no hablan, no pueden o no quieren. Todo se raciona. Y día a día las pandillas de chicos en bici o a caballo se disputan el control de la zona. En cuanto uno asoma cabeza, hay otro listo para cortarla. En el medio de las cruzadas barriales, la gente sobrevive. Trata de no llamar la atención. De hacerse invisible. Pero la narradora tiene un problema: un poder. Sabe leer y escribir, y debe poner sus servicios a alguna de las bandas en guerra. Peor aún, en un mundo en el que los autos son una rareza, aparece un vehículo tan extraño como un animal mitológico: ¿el último Falcon de pie? El abuelo, un ex corredor de Turismo Carretera, es quizás el único capaz de devolverle la vida. El último Falcon sobre la tierra nos cuenta nueve días de una comunidad extraña, marcada por la tragedia y las catástrofes, pero también por nuevos comienzos. Porque, como dice la narradora: “La esperanza adquiere a veces unas formas muy extrañas”.
Leandro Ávalos Blacha
La mirada de Federico es fotográfica, y eso se puede observar en los poemas de Pequeñas casas. Registro entre lo surreal y lo urbano-litoraleño. Poemas que capturan ese detalle que no se le escapa al ojo detrás de la pluma-cámara.
Gelman, Orozco y Zotto acompañan cada una de las tres partes en que está armado el libro. Sus citas son llaves que abren las puertas a diferentes dimensiones poéticas. Sobrevuela Spinetta en algunos giros del trompo-poema.
Potencia de lo breve, fuerza del destello que une la memoria del niño con el adulto que observa a sus hijas, a la pibada del barrio o de las islas.
Pequeñas casas es la caja de resonancia donde encontramos las diapositivas o polaroids que Tinivella no se había animado aún a presentarnos. Acá están, finalmente, expuestas a nuestra mirada.
Gabby De Cicco
La Reina del Plata y la Ciudad Condal están hermanadas por la humedad, que en verano sofoca y en invierno cala hasta los huesos. Por las oleadas migratorias, que les dan a ambas ciudades un carácter inquieto, temerario y audaz. Y por su grandiosa tradición literaria.
Quizás no haya en el mundo otras dos urbes tan alejadas en lo geográfico y tan unidas en lo cultural como Barcelona y Buenos Aires. Esos once mil kilómetros se trazan y de- saparecen en los veintidós cuentos de este volumen, narraciones escritas por celebrados autores y autoras que residen a ambos lados del charco, voces contemporáneas que ofrecen su singular visión sobre las ciudades de Pepe Carvalho y La plaza del Diamante o de Emilio Renzi y El Aleph.
El Paseo de Gracia se cruza con la Nueve de Julio, la Rambla termina en la Plaza de Mayo, y lo fantástico, lo pro- caz, lo furibundo, lo amoroso, lo entrañable y lo melancólico confluyen en este punto mágico donde las distancias se borran.
Once mil kilómetros en veintidós historias
Hugo Salas, Mariana Travacio, Juan Vico, Tatiana Goransky, Mariano Quirós, Marta Orriols, Matías Néspolo, Marta Carnicero, Félix Bruzzone, Verónica Nieto, Sebastián Chilano, Aleko Capilouto, Franco Chiaravalloti, Graziella Moreno, Sonia Budassi, Martín Felipe Castagnet, Tamara Tenenbaum, Rodrigo Díaz Cortez, Roser Amills, Patricia Kolesnicov, Diego Gándara y Josan Hatero.
Los escritores, tarde o temprano, debemos rendir cuentas; dar la cara por personajes que posiblemente detestemos. Asesinos, estafadores, depravados, locos, pederastas, violadores y suicidas. Sobre todo suicidas. Suelo ser interpelado acerca de esa costumbre que tienen los protagonistas de quitarse la vida, si acaso no expiran trágicamente, casi sin excepción.
Lo que a priori podría sugerir ser una manía literaria psiquiátrica, para mí es apenas un reflejo fisiológico. De nada sirve intentar explicar racionalmente un impulso casi digestivo, esa necesidad urgente de vomitar palabras como paliativo a un proceso de fermentación visceral. La recurrencia en mi prosa quizás sea un mecanismo de defensa, mi modo orgánico de purgar las esporas tóxicas de la realidad, un desahogo existencial que perfectamente podría prescindir del psicoanálisis.
O tal vez no. Existe esa posibilidad de que efectivamente yo sea un energúmeno en potencia, una sintomática amenaza social que presagia un destino fatídico a través de su lóbrega narrativa. En el mejor de los casos, un suicida, pero no podemos descartar, bajo ningún punto de vista, que sea un homicida literario y usted se convierta en mi próxima víctima.
El autor
Nueve cuentos de terror en los que, con gran soltura de lenguaje, momentos de suspenso, humor y finales inesperados, el autor nos hace conocer las diferentes formas de la muerte.
Esta nouvelle es el relato de un mapa mental que se cae a pedazos. Es también una historia de homesickness, en la cual la añoranza se convierte en enfermedad física, contagio, veneno. Graciano nos invita a un viaje nada placentero, a un lugar inestable donde no hay identidad ni espacio para echar raíces, pero la ternura, la inocencia y los encuentros que se asoman en medio del derrumbe, hacen de este un viaje imperdible.
Soledad Marambio
Fue el poeta chileno, Gonzalo Rojas, quien citó esta frase que hoy sirve de título a este libro, Colgados del lenguaje. El día de la lengua, el 23 de abril de 2003, recibía el Premio Cervantes y dijo entonces: "no procede la alabanza de esta fecha, sino de la confirmación de que vivimos colgados del lenguaje, como dijo Niels Bohr, y ese lenguaje es el que respiramos y vivimos a cada instante, lo mismo en la península que en las cumbres andinas o en la vastedad oceánica, o en las grandes ciudades, de los trópicos a los hielos". No era simple retórica de ocasión. La cita de un físico por parte de un poeta tiene complejas connotaciones por las relaciones que la poesía y las ciencias mantienen desde sus orígenes.
Los lenguajes de ambos permiten pensar en las estrategias aplicadas a la polisemia, es decir la capacidad de significar. Por un lado el lenguaje científico intenta sistemáticamente eliminar la ambigüedad; por el otro, el poético intenta multiplicar significados y obtener una ganancia de sentido. Es fundamental aprender a aplicar hábilmente esas estrategias y traspasar las imaginarias fronteras de las no menos imaginarias dos culturas, porque las dos cuelgan de los labios que los expresan y representan.
Este libro intenta poner en evidencia las múltiples estrategias y resoluciones que existen entre los dos lenguajes, así como las correspondientes representaciones del mundo que cada uno reclama por separado. Dividido en tres partes con una amplia y orientadora bibliografía, revisa las dos riberas del asunto. Por un lado, la poesía en las ciencias, y por otro, las ciencias en la poesía. La introducción bucea por las revueltas aguas de las controversias y polémicas de las dos culturas, o equívocamente culturas de las humanidades y de las ciencias.
¿Qué tiene un poeta para decir sobre las ciencias? ¿Qué puede un científico decir de la poesía? Esas dos preguntas pueden resumir algunas de las muchas cuestiones de un delicado y viejo diálogo; tan viejo y persistente que para cualquier lector curioso no será nada difícil verificar que, desde el antiguo poeta latino Lucrecio al contemporáneo escritor alemán Hans Magnus Enzensberger, es un diálogo presente en toda la historia de las ciencias.
En "Vladimir va al paraíso" todos los caminos conducen a Rosario, pero el escenario del texto es la Europa de entreguerras, previo a la Segunda Guerra Mundial. Un filósofo taoísta leninista se ve forzado a huir de Berlín por la amenaza de los nazis. En sus viajes por las grandes capitales europeas, y luego hacia América en barco, conoce a figuras célebres de la literatura, de la plástica, de la música, de la moda y del fútbol. Con ellos debate sobre temas existenciales, vive amores, aventuras y exalta el placer de la comida. Las citas de escritores y de canciones populares forman parte de ese eterno retorno a la ciudad del autor, a un compendio de bares, boliches bailables, anécdotas y paisajes urbanos con el río como telón de fondo. El tono del libro, que fue escrito en forma de falsas crónicas, es casi siempre zumbón, humorístico, disparatado, pero también reflexivo. El pensamiento de Vladimir se abre paso con inspiración espontánea y vale la pena seguirlo.
Manuel López de Tejada
"Con el amor no alcanza", de Maia Morosano y Maximiliano Conforti, es un libro acerca del deseo. Del deseo como herida y como sutura.
(...) El amor, el deseo como heridas, como marcas, como ci- catrices que deja en el cuerpo el encuentro con otro cuerpo. La celebración, el sexo, los rituales, el banquete, la gracia de haberse encontrado para después perderse.
(...) La potencia revolucionaria del deseo es el corazón de este libro. Un corazón terco y batallador que no se detiene, que se muestra y que nos muestra cómo pueden dos mujeres -en la intimidad, en el mundo que crean puertas adentro o en la calle, a plena luz del día- esquivar las balas y los palos, defender su poder y su rareza, es decir, ganarle la pelea a la muerte y a la normalidad, que son lo mismo.
Claudia Masin
(...) La inercia de la revolución se expande sobre las sábanas blancas, mientras los rayos de sol que entran por la persiana fulminan la incertidumbre, aunque sea durante la tarde. Y qué importa qué revolución, si lo que nos late es la urgencia de la náusea. "Con el amor no alcanza" es un libro bellísimo y tiene una contundencia que nos sacude, nos saca de la velocidad que nos exigen y nos ubica en la mansedumbre invisible que nos rodea. El agua quieta de cada foto arrastra el corazón hirviendo de los versos, y así avanza por el Paraná como los camalotes que se tambalean al lado de los barcos.
Leandro Gabilondo
Se reúnen en esta Antología Puente dieciseis cuentos escritos por: Alejandro Pereyra, Yolanda Tejero Marentes, Mariana Travacio, Roberto del CasTar, Valeria Correa Fiz, Victor Langa Godino, Sebastián Rogelio Ocampo, Nuria Sierra Cruzado, Agustín González, Eva Manzano Plaza, Felicitas Maini, Adrián Gualdoni, Federico Ferroggiaro, Carmen Sogo, Rodrigo Roger y Carmen Dorado Vedia.
Las ficciones creadas a uno y otro lado del Atlántico, conforman una obra coral única. Voces de diferente timbre, tono e intensidad se hacen escuchar con fuerza de Rosario a Madrid y de Madrid a Rosario a través de un puente literario que derrumba fronteras simbólicas y territoriales.
Baltasara Editora
“(…) En la elección del título de esta antología, que busca tejer un entramado de ficciones, el idioma es la argamasa. Y así viajamos, de una ciudad a otra.
Sobre el río fugitivo, nos encontramos”.
Clara Obligado
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En La brecha que existe entre los cuerpos, de Daniela Camozzi, estamos ante la evolución de una poeta que encontró —o, mejor dicho, liberó— su voz. Este nuevo libro representa la perfecta síntesis de una búsqueda que se inició en La felicidad ajena (Huesos de Jibia, 2008) y continuó en Mones Cazón (Ediciones del Dock, 2015).
La percepción externa y sus efectos tienen un papel preponderante en estos textos. “Nunca caigo bien parada”, dice. ¿Según quién? ¿Quiénes son los verdugos invisibles que juzgan cada una de sus acciones? Los mandatos sociales de toda mujer: ser madre, ser santa; que las conmociones internas nunca se noten. Todo debe quedar en su sitio, “hay que andar como si una / finísima cuerda te tirase / desde la coronilla”. Pero el mundo interior se subleva contra el mundo exterior. Mandato y deseo se hallan en tensión constante. Y, de esa tensión, nacen estos poemas.
Jorge D'Alessandro
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Este sugerente libro de Ana Claudia Díaz invita al lector a dejarse llevar por las líneas sinuosas, extrañas, sorpresivas que trazan los recuerdos, como en un estado de ensoñación, la lectura como “un viaje que vuelve extraordinario al cotidiano”. Y nos sumerge en el mundo de la infancia –y su final–, ese universo paralelo cuyos momentos más dichosos parecen transcurrir mientras el mundo adulto duerme la larga siesta del verano. Exploración, descubrimiento, primeros amores, juegos, desdichas, desencanto, secretos. La presencia privilegiada del paisaje marítimo no es esa materia contemplativa que asombra a un recién llegado, aquí la poeta está en su medio natural, es parte de ese paisaje, figura y fondo de sus evocaciones.
Liliana García Carril
Las cuatro secciones van acumulando caracolas mientras pierden palabras, y ofrecen hilos narrativos a partir de la recurrencia de las imágenes (“las cáscaras que caen con los primeros rayos/ cegándonos los ojos” nos recuerdan las “mandarinas horneadas [de que] está hecho el sol”, por ejemplo) generando un interesante efecto performativo: Díaz investiga la posibilidad del recuerdo de la manera en que ella misma nos lo provoca dentro del libro, a través de sonidos y visiones, “como un búmeran dentro de la memoria”. La boca boqueando en permanente demostración de sus posibilidades de “nudo nido” o “bosques buscan” desnaturaliza nuestra relación con el habla, haciéndonos conscientes de él y de su potencial de cambio, como si empezáramos a aprender una lengua extranjera, escondida dentro de la propia. Así, “la sensación del agua es siempre la misma” solo si desconocemos ejercicios como los aquí propuestos: “hay un río cerca, lo descifro”.
Enrique Winter
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La Ley Muia dice: La vida resuelve sola, siempre.
Evidencio Triputti, investigador privado, pasa un fin de semana en la laguna El Hinojo, cerca de Venado Tuerto. Una imagen absurda detrás de una ventana de Hotel enciende sus alertas.
Las ausencias de Don Ataliva Bustamente y Alejo Gaitán dan que hablar. Nada es lo que parece.
Triputti permanece en la ciudad decidido a seguir su corazonada. A la vez que investiga, se debate en desentrañar cuándo es útil soltar el rigor y cuándo es necesario recurrir a la Ley Muia.
Un dilema privado entre la validez o no de levantarse más temprano; porque a veces madrugar está bien y otras veces, no se amanece más temprano.
La crónica o relato de viaje nace con la marca del asombro y la impotencia. Es la búsqueda de una palabra que no existe para describir algo que no se entiende. China reúne crónicas de viajes que narran situaciones ocurridas en ciudades de América, Europa y Medio Oriente.
El cronista de viajes intenta ordenar los caprichosos juegos de luces, sonidos y otras sensaciones difusas que lo asaltan en el mundo y sus engañosos, guiñolescos rincones.
El resultado de su trabajo deja una huella: el vestigio de una mirada que necesita la mirada cómplice de los otros para compartir sus asombros.
El viaje y la otredad son hoy productos del mercado. Y el mercado, en la era del neoliberalismo triunfante, es una nebulosa en expansión que pretende convertirlo todo, hasta la experiencia humana más íntima, en mercancía.
En el mundo se encuentran personas, fantasmas y objetos que dan cuenta de la lucha entre la intimidad de la experiencia humana y la prepotencia del mercado.
Los textos que integran China surgen del trabajo de poner en palabras esa lucha.
La estructura de este libro está hecha con tendones, con pelos, con uñas, todos templados al fuego de pasiones extinguidas, y sólo la irreverencia de una escritura virtuosa nos redime del método: ahogar uno por uno los deseos en la fuente misma donde nacieron, con sutileza, como si fueran hijos amados cuyos cadáveres dejamos secar al sol, mientras los peinamos. (…)
El mayor mérito de esta poesía es el de arrojarnos un modo de percibir concreto, donde la promesa del mundo es una infección en la boca, un golpe en el estómago o una resistencia irreversible. Sepultados por los símbolos, escudriñar un sentido es una necesidad, no un mérito: pues cada noche soy un exiliado/ en las proximidades de tu risa. «Creo en lo fugaz, creo en lo fugaz, creo en lo fugaz», canta —con desconcertante voz de niña— una mujer, dispuesta a morir por eso, y ella misma es la que nos salva, dejándonos cara a cara con la imposibilidad, o mejor, con nosotros mismos.
Matías Nicolás Settimo
La protagonista de esta historia es una huésped pero sin “casa” para alojarse. Es huésped de un no-lugar. Una mujer que se interroga y busca una identidad, un sitio, un “alojamiento” donde hospedarse, porque no encaja, a pesar de los casilleros que ella sabe que le han sido adjudicados; “sencillamente” no encaja. Como diría Julia Kristeva, somos “extranjeros para nosotros mismos”.
Toda la novela, bajo la forma de una pregunta no explícita hasta el final, y un desarraigo, una búsqueda o un intento de, es la descripción de una extranjeridad, que no solo es femenina (aunque eso la acrecienta) sino constitutiva de nuestra humanidad. La lucha por construirse, por hacerse un lugar en medio de una lengua extranjera, en medio del extrañamiento, es la lucha de esta mujer por hospedarse a sí misma en sí misma. Pero lo ajeno sale del propio cuerpo (nunca propio, siempre de otro), como lo más íntimo y lo más irreconocible al mismo tiempo. Es la extimidad absoluta.
“Una novela de prosa descarnada acerca del centauro de carne y palabra que somos, y de la construcción de la identidad que, como una soga, anuda los dos extremos”.
Valeria Correa Fiz
“Contar el desarraigo, la pérdida del idioma, las distorsiones que produce en el propio cuerpo y en la vida de pareja. La huésped de Florencia del Campo, habla de estas nuevas realidades con voz potente y original. Un libro conmovedor, imprescindible”.
Clara Obligado
En Sópola temprar, Fabián O. Iriarte “templa” su erudición con astucia. Más allá de las versiones, las relecturas, los rescates y los diálogos establecidos con otros textos, el libro no pretende ser críptico. En este caso, confundir erudición con hermetismo es una falacia: la escritura consiste en desplegar temas y materiales sobre la mesa de trabajo para luego darles un orden, un sentido. La lectura avanza, por momentos, entre hierbas flamígeras de prado y otras veces, a tientas, en habitaciones a oscuras. Pero todo está ahí.
Al leer este libro –y su obra anterior– da la sensación de que la propuesta del poeta tiene por fin la invención de una lengua. No abundan, sin embargo, ni los barroquismos ni los juegos retóricos. Es difícil de enunciar, pero es seguro que (como esas flechas que van contra la corriente o como el niño más antiguo) Iriarte evoca una palabra que existió o existirá. En sus poemas “todo comienza nuevamente”.
Carlos Fratini
Como una aparición, el cronista recorre la ciudad. Poco importa si su mirada está subrayada por el yo, o escondida en el relato en tercera persona. Es el cronista el que mira, el que elige dónde iluminar y qué dejar en penumbras. Él encuentra un trazo comunitario en un barrio reciente, donde las mujeres se las ingenian para enredarse, aún cuando el trazado urbano las expulse al aislamiento. Es también él quien se deja llevar por los acordes del tango en la milonga, el que se sumerge en la historia de los desbordes del Ludueña y reactualiza aquel viejo graffitti de los 80: “Me voy a vivir a Empalme Graneros. Firmado: Aquaman”. Es también el que ronda con las eternas Madres de la Plaza 25 de mayo en su incesante ejercicio de traer el pasado al presente. ¿Cuánto dura la memoria? Se pregunta Pablo Suárez justamente en ese relato. Una respuesta posible es que permanece mientras haya alguien dispuesta a hacer foco, a hacer vivir un acontecimiento en sus palabras, que mantendrá su vigencia en tanto haya quien pueda encontrar cómo decirla. Eso es justamente lo que hace Pablo Suárez en estas crónicas que colorean de otra manera la cotidianidad de una ciudad que es la de quienes la habitan, sí, pero es también la que él descubrió.
Sonia Tessa
Por el país de la infancia transitan los monstruos. También las hadas, y los bosques encantados, pero sobre todo los monstruos, animales de aliento hediondo y colmillos afilados como el que acecha a Marina. La tía Eugenia, quien la acoge junto a sus dos hermanos tras la muerte de su madre, está cubierta de cicatrices que solo son visibles a través del reflejo del televisor, y la protagonista también tiene heridas que los demás no ven pero que son ciertas, porque duelen. Marina es mayor que sus dos hermanos y cuenta con la madurez necesaria para dudar de sus fantasías, pero ¿cómo es posible que deje marca aquello que solo imaginamos?
Cosas que no existen más nos brinda una elocuente reflexión sobre el duelo y la pérdida a través de un entramado narrativo en el que la realidad se vuelve tan porosa a lo fantástico que los límites se difuminan. Página a página, avanzamos hacia una disolución total de las barreras que nos separan del mundo donde habitan los monstruos, pero dicha disolución no implica necesariamente un trauma. De hecho, podría ser la clave para superarlo.
Aixa de la Cruz
“Un poemario que, como atendiendo a su título, se ocupa en indicarnos debajo de él que su génesis ha ocupado un quinquenio (2010-2015) y, más precisamente, desde el séptimo mes al séptimo mes de los años respectivos («Septiembre de…»), según el calendario romano […]un poemario que no se limita a ubicarnos (y ubicarse) según una cierta coordenada temporal, sino que también lo hace acotando, delimitando un ámbito geográfico e histórico particular: ese ámbito no es un mero paisaje: es lugar prístino, origen (Ur-sprung), claustro materno, terruño: la Salta natal, que la poesía irá impregnando de los rasgos peculiarmente metafísicos del noroeste argentino …”
Héctor A. Piccoli
“[…] de tener este libro – soñemos- un estado de naturaleza, probablemente mimaría un trayecto vital: lo familiar, la casa, el vientre; el ascenso paradojal de la formación, la fascinación, las definiciones; la llaneza ambigua del ahora. Pero no lo olviden, háganle menos caso a las alegorizaciones del anotador al pie que a la espontaneidad del anotador de la experiencia. O quizás, si quieren, al revés.”
El autor
“Cotidiano” se estrena en la Colección Andrómeda, espacio que Baltasara Editora destina a segundas ediciones y autores consagrados. En este proyecto editorial, originalmente ideado por la editora Liliana Ruiz, se incluye la participación del Artista Plástico Pablo Santín, quién, tomando como punto de partida los cuentos que integran este libro, ilustra las láminas que acompañan a cada uno de ellos.
Hace siglos, otra sombra encendía/una luz expectante en el árbol/de mi familia, sobre teclas antiguas, dice Alicia, y más adelante: Cae sobre el futuro una lluvia pesada, /la tarde en que recuerdo este instante. El transcurso y devenir del tiempo - personal e histórico-, tiende el hilo a lo largo del cual Luz de giro, este nuevo libro de Alicia Salinas, va insertando, con destreza, sus dijes. Mensajes grabados en piedra de lo que ya ocurrió, pesan como profecías: sedimentos de aquellos hechos impactan, inevitablemente, sobre lo que somos. Pero también, como anuncio de lo inevitable, visiones presentidas, imaginadas, del futuro, anticipan las distintas instancias de lo posible. No puede saberse, entenderse, lo que hoy pasa y nos pasa, por afuera de una línea continua de tiempo que va uniendo puntos, trazando derroteros, escribiendo la historia.
Sobre este lienzo temporal se despliega la trama de este libro, en el que campea, como tema subyacente, el conflicto perpetuo de la palabra dicha y escrita, su lucha permanente por desentrañar el aspecto más significativo de las cosas que nos afectan o conmueven, por atrapar y moldear en materia duradera lo que se presenta como efímero, y enfrentando la frustración a la que intentan condenarla sus propios límites, extraerle el poema a la palabra, poner en marcha ese mecanismo inquietante y maravilloso que se presenta ante nosotros, abriéndose paso hacia la pregunta que gravita sobre todo intento humano de hacerse entender a través de la palabra, y elaborar belleza a través de ella: ¿Habremos aprendido de la arena/o resbalamos entre dedos que van a tocarnos /dentro de miles de años, sin asumir /la insumisión del estallido?
Alejandro Mendez Casariego
Las polacas de Patricia Suárez se publicó por primera vez en el año 2002 bajo el sello editorial “Teatro Vivo”. Esta segunda edición incluye la obra “Desván” en la trilogía original, reproduce el prólogo de la primera edición escrito por Mauricio Kartun e incorpora otro prólogo, “La prostitución en Rosario 1874 -1932” de la historiadora e investigadora Dra. María Luisa Múgica, le aporta un contexto histórico a las piezas teatrales.
Se transcribe la contratapa del libro:
“Aunque sigue siendo un tema candente hoy día, la historia de la trata de blancas en Argentina tiene poco más de cien años.
En 1906 se creó en Buenos Aires la Sociedad de Socorros Mutuos Varsovia dedicada al negocio de la prostitución e integrada en su mayoría por judíos polacos. La Varsovia cambió su nombre por el de Zwi Midgal cuando las entidades judías la denunciaron, puesto que reprobaban la actividad desarrollada por la organización.
La red armada por la Zwi Migdal se iniciaba con la llegada a aldeas de Polonia del “novio” en busca de una prometida para contraer matrimonio. Las “casamenteras” entregaban adolescentes pobres y vírgenes, cuya familia esperaba paliar su precaria situación económica con el cobro de la “dote” del ventajoso matrimonio de la hija. Muchas venían engañadas y muchas aceptaban a sabiendas que ejercerían la prostitución en un país extraño, a cambio de sobrevivir a los progroms rusos y a la dura existencia en Polonia y en toda la Europa del este. La boda (falsa) se realizaba al llegar a Buenos Aires en la Sinagoga que la Zwi Migdal tenía en la ciudad. Días después la recién casada comenzaba a trabajar en un prostíbulo.
Se estima que el número de víctimas rondó los 3.000, casi todas en burdeles de Rosario y Buenos Aires. En Rosario la prostitución habilitaba los 18 años como edad mínima para ejercer el oficio en comparación con Buenos Aires que fijaba esa edad en 22 años, lo cual benefició a los tratantes.
La denuncia de Raquel Liberman, que ejercía el oficio en un prostíbulo de Valentín Alsina provocó la caída del floreciente negocio, hacia comienzos de la década del ´30.
Sobre la historia real, Patricia Suárez construye con delicadeza y humor tres piezas sobre diferentes momentos de la trata de blancas. En Casamentera (La señora Golde): la negociación entre el “importador” y la casamentera; La Varsovia: el barco que vuelve a Argentina transportando a la nueva “esposa” del rufián y Desván: el día imaginario en que Carlos Gardel visitó un burdel rosarino para alegría y gloria de las polaquitas esclavas que esperan solazarse con su visita.
Desde su estreno en 2002, estas obras recorrieron toda la Argentina, América latina y Estados Unidos, y en la ciudad de Washington tuvieron su versión musical en 2014. Actualmente son piezas de estudio en las academias de actuación y siguen representándose continuamente”.
Lo primero que llama la atención al comenzar a leer La tierra firme es la limpidez del lenguaje, luego atrae el tono de esa voz que parece ser cómplice de nuestros ojos lectores, y enseguida se percibe la sólida construcción de un universo del que es difícil salir. Ya en un libro anterior, Archivos de Altazar, Aimino había trazado con notable solvencia los márgenes de esta clase de universos. Algo tienen estas dos novelas en común, lo que sin duda habla de la edificación de un estilo y el hallazgo de una voz personal, y tal vez también de la capacidad de envolvernos con el entramado de una historia que nos hace partícipes de este sugestivo modo de narrar. La seducción del lenguaje se apoya en el despojamiento y la palabra justa, un lenguaje que juega discretamente empleando anacronismos que nos ligan al tiempo en el que se desarrolla la historia, en la que no faltan barcos, hombres de mar y otros personajes de envergadura, milagros inesperados, transgresiones al orden social, abolengos y un final donde la tortura inquisitorial bucea con talento en la condición humana llevándonos casi al nivel del estremecimiento.
En esta novela ambientada en el siglo XVI, con tramos de intenso lirismo que sin embargo no le restan efectividad al devenir de los hechos, donde puede rastrearse la tradición literaria de Libertad Demitrópulos y Antonio Di Benedetto, los personajes de Juanfuegos Uztáriz , su hijo Hernando de la Sienra, escribano y poeta, y finalmente su nieto de sangre india: Kebayaikin, van sosteniendo sucesivamente una trama tensa, con economía de recursos, en la que se destaca una cuidadosa reconstrucción de época. Sin embargo, por la revalorización de vocablos, modismos y arcaicos usos gramaticales, el registro de tres idiomas diferentes: latín, español y abipón, quizá no sería desacertado afirmar que es el lenguaje el hilo fundamental de la historia donde el valor de la palabra sella con peso propio una cultura que apenas trazó sus primeras marcas sobre la naturaleza.
Irma Verolín
Reunir en un libro un conjunto a primera vista heterogéneo de relatos es proponer un viaje a la deriva, sin mapas ni brújulas, que no siempre conduce a un puerto conocido. Sin embargo, las obsesiones, los temas y las búsquedas recurrentes fuerzan el armado de series tentativas para orientar el derrotero. Por eso, y en un afán matemático y de equilibrio, deseos por lo general inasibles, Par de seis acopla dos grupos de ficciones bajo los subtítulos: “Lo sólido desvanecido” y “Fragmentos del discurso amoroso”, en un gesto que tiene pretensiones de homenaje. Como sea, y sin voluntad de ser exhaustivo, en los doce cuentos que siguen conviven escritores desconcertados, mujeres polimorfas, imaginerías ucrónicas, proyecciones discursivas y un adolescente asesino. Todos pueden ser amarras de un instante placentero.
Escribe Osvaldo Aguirre en la contratapa del libro:
“A fines de la década de 1930, Fausto Hernández ya se había consagrado como uno de los escritores más importantes de Rosario. Poeta, dramaturgo y periodista, tenía una activa participación en la vida cultural de la ciudad y entre otras intervenciones públicas había promovido la publicación de revistas de vanguardia. La edición de su segundo libro de poemas, Pampa (1938), significó un reconocimiento que se manifestó en homenajes y reseñas. En ese marco comenzó a escribir su libro más extraño y polémico, Biografía de Rosario. Precedido por notas escritas, primero en colaboración y luego en forma personal, en el diario La Capital, el libro retomó y profundizó la crónica de Pedro Tuella respecto a los orígenes de Rosario. La controvertida versión provocará una áspera polémica con los historiadores y será motivo casi veinte años después de la aparición de un desafiante apéndice, El mito Francisco de Godoy”.
Escribe en contratapa el poeta Pablo Serr:
El cajón de las manzanas podridas es el libro de los poemas que ningún lector cómodo quisiera encontrarse nunca. En la poesía de Paula Irupé Salmoiraghi no hay lugar para conveniencias ni reparos, cada palabra (buena o mala) está obligada a entablar batalla, desafiante y certera, contra las feroces voces de los otros, siempre presentes. El conjunto de los textos demarca, así, un territorio de sólidas inestabilidades, desde el cual alcanza su propio “podrido equilibrio”: Como si la tabla donde piso/ se apoyara en el agua/ y mi cuerpo fuera un caramelo/ que con la lengua/ llevás y traés. Se trata de una escritura que, fiel a sí misma, reniega de la forma pero no la elude, por el contrario, a fuerza de armonías y serenidades crispadas logra hallar cada vez el modo de decir, sin tachaduras, sin rechazos cobardes, lo que es urgente aunque no se deba: Bueno,/ ya saben:/ Mi marido es negro/ y estos poemas/ son terapéuticos.
Fue poco más de un día, pero quedó inscripto para siempre en el pasado cultural de Rosario. El 22 de diciembre de 1933, precedido por la repercusión del estreno local de Bodas de sangre, Federico García Lorca llegó a la ciudad para pronunciar la conferencia Juego y teoría del duende, compuesta poco antes, en el Teatro Colón. El episodio perduró en crónicas periodísticas y en las memorias de los testigos y es retomado por Daniel Feliu en una exhaustiva investigación, que se propuso “sacar el velo a aquel pasado” y descubrir las circunstancias de la visita del poeta y los personajes que lo rodearon. La figura del poeta moderno en la ciudad del cereal se revela, por un lado, como el protagonista de una trama en la que intervienen empresarios, actores y periodistas rosarinos y, por otro, recupera parte de su propia historia familiar, una de las razones secretas de su viaje.
A través de la prensa de la época, de testimonios orales y escritos y de documentos inéditos, Daniel Feliu logra una reconstrucción minuciosa que ilumina un episodio desconocido y fascinante en la vida de García Lorca, y en la historia de la ciudad que lo recibió en un día extraordinario.
Osvaldo Aguirre
Escribe Osvaldo Bossi en contratapa del libro:
“Desde el comienzo, toda la poesía de Gabby De Cicco parece centrada en la búsqueda de un nombre. Una palabra liberadora que no sea, además, una cárcel. Belicosa, casi siempre. En un estado de guerra y de amor que incluya todas las revoluciones posibles. La poesía misma como una postal de fuego.
Eso sí, no está solx. Otros ángeles -tan hermosos e irredentos como ellx- le acompañan: Patti Smith, Allen Ginsberg, Rimbaud… Al fin de cuentas, el rock también puede ser una elegía en medio de la noche invernal.
Galope, ritmo. Imágenes que estallan, se mezclan, vuelven. Copulan, unas con otras. Sin paz, sin tregua. A esa forma de vida Gabby la llama La tierra de los mil caballos, y con esa misma fuerza se impone en cada uno de estos versos que, como una nueva aurora, señalan otra posibilidad y otro camino. No sé cómo decirlo, pero a través de su lectura, todos de alguna manera nos curamos, nos salvamos, nos encontramos a nosotros mismos, quizás.
Entre marchas, pancartas, canciones, libros prestados, leídos, subrayados, partes de guerra, amores (muchos amores), pequeños abrazos, melancolía… los poemas de Gabby De Cicco alzan su voz en medio de la noche para que la injusticia no sea tal, y donde nada (no importa lo pequeño que sea) quede sin ser nombrado. Donde poesía y realidad (realidad y deseo) se unan, al fin, en un dorado hilo de amor que fuera soberano, indestructible”.
En el prólogo de la novela Cita en la espesura de Liliana Díaz Mindurry, escribe Gabriel Guralnik:
“Hay un cuadro que representa el mismo salón donde está colgado, en forma exacta, con todos sus detalles. Refleja todo, menos la imagen de quien está sentado en el centro del salón y se busca, inútilmente, en el cuadro. Como el mapa de un tesoro donde todo pareciera estar señalado, menos el tesoro. Ese extrañamiento es, en sí mismo, el primer indicio del tesoro.
Pilar llega a la casa de Silvio y no parece estar buscando un tesoro. A menos que el límite entre lo geométrico y lo amorfo, el agua clara y el barro, la cordura y la locura, sea un tesoro. Marcos, el ausente, está todo el tiempo con ellos. El juego de triángulos se reproduce en cada pasaje del relato, como si el relato mismo dibujara los ángulos. Los colores –rojo, negro, dorado- los libros que son colores –Agustín, Platón, Kierkegaard- el infinito que son libros que son colores –biblioteca, acuario, barro- dibujan también un cuadro, donde quien se escurre del dibujo no es ya Pilar, sino el deseo mismo.
Las imágenes triangulares se entrelazan unas en otras, unas con otras, a través de un plano donde el bien y el mal también se entrelazan. La segunda persona del singular interpela al protagonista, pero también al lector. El contrapunto del diálogo, cuando aparece en segunda persona, golpea al lector, aunque vaya dirigido al protagonista. El ritmo del relato, vibrante, con cambios de velocidad precisos, obliga a no despegar los ojos del texto hasta el final.
Y es que el misterio atraviesa la novela hasta el último párrafo. ¿Quiénes son Pilar, Silvio y Marcos? ¿Quién disparó los tres tiros? ¿Quién arrastró a quién hacia el homicidio? En la intriga los personajes van formando un dibujo donde lo triangular se vuelve una ordalía de vértices opuestos. La violencia es la paz, la geometría es el caos, el grito es el vacío. La familia de Pilar también parece estar allí, con ella y Silvio, dando cuenta de una historia, de una trama que no pertenece a quien la vive. La defensa inútil del boxeador vencido, el saber vacío de la bióloga autoritaria, la espesura como última barrera de protección frente al miedo, frente a lo indecible.
Pero también como parte de lo indecible. Porque la espesura es el abismo indistinto del que nacen las palabras. Es el agua y son las palabras y es el silencio y es el barro. Es el juego de opuestos que se funden y es el espacio entre los lados del triángulo. En esa realidad que se ablanda, que se contamina de palabras, Pilar busca un recuerdo acaso fundamental, que por alguna razón olvidó. Y lo busca con Silvio, o a pesar de Silvio, o contra Silvio. Las imágenes cambian su orden, y en cada permutación revelan algo nuevo. Marcos, el ausente, se insinúa como el operador de la permutación.
Hay narraciones que son como el mapa de un tesoro, donde cada detalle está señalando ese tesoro que se anuncia desde el inicio mismo de la historia. En otras, más sutiles, no hay flechas indicando burdamente dónde se encuentra lo que se busca. El plano muestra todo, menos el tesoro. Se genera entonces una búsqueda, un recorrido que obliga al lector a seguir, a crear con la lectura, y el tesoro aparece en los rincones menos pensados del plano. Porque el plano es el tesoro. Quien logra crear ese relato, es algo más que un escritor. Algo más, acaso, que un poeta. Muy pocos narradores, de tanto en tanto, lo consiguen. Liliana Díaz Mindurry lo consigue siempre”.
“En los cuentos de Sommelier de infiernos se abordan situaciones reales como una entrevista de trabajo, una visita familiar, una niña que acumula mentiras, y tantas otras más, que se van transformando en desconcertantes y terroríficas. Con una prosa despojada de todo artificio el autor nos introduce en un mundo imaginario del cual es difícil salir.
“A lo de la abu Noelia no voy más. Y no porrque sea el lugar más aburrido del mundo: sin tele, sin compu, sin juegos de mesa. Ni muñecas, ni nada de nada. No, a todo eso ya me acostumbré. Si hasta dormir la siesta ya no me parece tan raro como las primeras veces”. Así comienza “Última visita” y sólo al leer los párrafos finales entenderemos el porqué de la negación del comienzo, aunque nos llame la atención una erre propia de un error de tipeo.
“Con un humor sutil y elegante, Cristian Acevedo escribe cuentos de terror que subvierten el género, que lo mejoran. Una buena obra de un autor que vale la pena tener en cuenta”.
Fabián Martínez Siccardi
La poeta y narradora Carolina Musa escribe en la contratapa del libro de cuentos “Anestesia” de Sebastián Bassano:
Una pareja que cuida a un hornero herido, un hombre que no encuentra las partes de su cuerpo, un niño que mata a un pájaro queriendo o sin querer, un anciano al pie de la escalera, un calígrafo que inventa títulos para una mujer, un expedicionario probando diversos ritos fúnebres…los personajes de Sebastián Bassano se mueven en atmósferas raras y hablan cual torrentes en los doce cuentos que componen Anestesia.
“Me gusta escribir como pasatiempo. O sea, para que pase el tiempo, literalmente, para que fluya a los desagües de la memoria” afirma Bassano en “El calígrafo” y este desaguadero de la memoria funciona como estrategia de un narrador obsesivo, “atento a todo”, que pivotea entre la realidad, la fantasía y el delirio.
A través de una prosa que discurre delicada y sobria, en un conjunto tan variado como equilibrado en relación a técnicas formales, donde irrumpen toda clase de elementos fantásticos, Bassano juega con la estructura clásica de este género. Mientras desliza el eje del final sorpresivo, los cuentos decantan hacia un ligero estupor, más al modo del realismo; como si el narrador, cansado ya, decidiera de pronto hacer otra cosa.
Fragmento del prólogo del libro de poemas Los puntos fatales de Pablo Serr escrito por Nicolás Najir:
Ilustración de Tapa: obra del pintor jujeño Alejandro López.
La presencia del mal en la literatura es un tema más viejo que el hambre, sin embargo, qué decir de cuando el mal radica no sólo en todo lo que nos rodea: habitaciones que dan miedo, casas vacías, abandonos, sino también en el propio relato que hicimos de nuestras vidas. ¿Y si ese relato cayera y se hiciera pedazos frente a nosotros? ¿Qué historia contaríamos, diciendo que es la nuestra, recitándola como un padre nuestro frente a las ruinas? Probablemente, la misma que venimos repitiendo. Pero estos versos que propenden y son capaces de mostrarnos todo, son también impotentes, no nos dicen qué hacer con eso que nos muestran, de qué disfrazarnos ahora, o a quién adorar. (…) Cuando no quede más nadie a quien poner en el lugar de Dios, cuando ya no necesitemos sostener nada, convencidos de que en el suelo cada cosa ocupará su lugar, los puntos fatales de lo irreversible cobrarán todo su valor.
Nicolás Najir
En contratapa de La curva de Ebbinghaus se transcribe un fragmento del prólogo del libro escrito por Osvaldo Aguirre.
“Según los experimentos de Hermann Ebbinghaus, las posibilidades de conservar un recuerdo disminuyen de manera gradual y creciente a medida que nos alejamos del acontecimiento. La memoria es un efecto del olvido, y su relato un texto al que el transcurso del tiempo erosiona sin remedio, o tal vez despoja de sus aspectos menos significativos. El pasado personal, entonces, es el resultado de una construcción, en la que los documentos y los testimonios no valen tanto como la imaginación, el sueño, las ocurrencias del momento. La poesía puede ser la forma que asume esa representación singular (…) No se trata de la elaboración de un mito, por más que la ficción y la autobiografía se asocien de una vez y para siempre en una escena fundante, la correspondencia con una amiga durante la infancia, cuando la literatura y la vida se confundieron con el descubrimiento de que las palabras ‘hacen cosas’ (…). La curva de Ebbinghaus no habla de la fragilidad de los recuerdos sino de la potencia de la poesía, ‘la única forma de narrarse’, dice Carolina Musa, y así resguardar y dotar de sentido a lo que podría perderse, indiferente, en el olvido”.
Sangre de carnaval y otras obras de María Rosa Pfeiffer, reúne las obras, “Sangre de carnaval”, “Pecas”, “Como papel de seda” y “La luna y el pozo”. El prólogo fué escrito por Carlos Fos y la contratapa por Olga Cosentino.
Transcribimos la contratapa del libro:
“El universo femenino cabe en estas cuatro obras de María Rosa Pfeiffer. Al menos el que, en Occidente, deviene de tradiciones en crisis desde el siglo XX. A través de los deseos y las frustraciones, la valentía y la sumisión, los miedos y las furias de sus mujeres, la autora devela también al varón que, como en toda bipolaridad, es el antagonista necesario. Los personajes de la lorquiana Sangre de carnaval van de la infancia a la adultez tironeados entre el impulso erótico, el ansia de posesión y la agonía de la pérdida. Las protagonistas de Papel de seda o de Pecas alternan la fantasía del goce con la de la muerte. No menos que la protagonista de La luna y el pozo, que pretende enterrar el objeto de su libido en la fosa/tumba que excava. Pero la fascinación de estas piezas excede su destino escénico. Porque como escritora, actriz, directora teatral y artista plástica, Pfeiffer es capaz de seducir no sólo desde la teatralidad de una puesta sino también desde la lectura de una prosa poética de múltiples registros”.
Olga Cosentino
“La mala fe y otras obras” de Leonel Giacometto reúne las obras “La mala fe”, “Arritmia” y “Todos los judíos fuera de Europa”. Parte del prólogo del libro escrito por Federico Irazábal dice:
“La dramaturgia de Leonel Giacometto se posiciona con libertad frente al mapa del teatro argentino contemporáneo. No busca inscribirse en ninguna de las líneas en las que éste se divide, pero tampoco tiene una intención explícita de rebelarse ante ellas. Y este libro es una muestra cabal de esta afirmación. Tres obras en las que puede encontrarse diferentes actitudes frente a la materia de trabajo, es decir, el lenguaje. Giacometto en cada una de las obras que aquí publica elige estilos dramatúrgicos, sistemas ficcionales y procedimientos narrativos profundamente heterogéneos. Una mirada superficial podría decir que Arritmia es una obra notoriamente diferente a La mala fe y a Todos los judíos fuera de Europa. Y sin embargo esa afirmación no sería del todo cierta. Es verdad que estas dos últimas tienen un anclaje histórico (el nazismo, el peronismo), pero el modo de relacionarse literariamente con uno y otro acontecimiento es claramente diferente”.
La mirada que se cuelga y se licúa a través de una ventana, posándose sobre las cosas, como se dice una palabra una y otra vez hasta lavarle el sentido. De lo que ahí se ve, nombrar o cifrar apenas -o al menos- la transacción como un testimonio, la distancia irremediable hacia esas cosas como una asíntota. Así como también la búsqueda de un testimonio de lo interno, el sentido y el efecto de los recuerdos, propios y heredados, las ciudades que habitar y el sentimiento incifrable de la pérdida, que refiere a sí mismo todo el tiempo como en un bucle.
Estos son los ejercicios que intentan llevarse adelante en El otoño circular.
¿Se puede reducir el programa del arte contemporáneo a un repertorio de significados? Entre la obra, si aún hubiera una, y el público, prolifera una masa verbal que no es otra cosa que ideología. Jorge Gumier Maier, ya en los años noventa, se manifestaba hastiado del lenguaje impostado de las ciencias sociales que se usaba para escribir sobre arte. “El artista puede dejar de pintar, o dejar de hacer exhibiciones, pero no puede dejar de escribir gacetillas de prensa”, reflexiona el autor de Rubias teñidas en un tono donde si bien impera el humor no deja de escucharse el acento de la polémica. Federico Klemm fue, además de la cara visible de la popularización del arte contemporáneo en la Argentina, mecenas, artista y molde de personajes. Marisa Rubio, por la matriz compositiva de su trabajo, convirtió la identidad en una forma inestable y abismada. Por medio de dos figuras, tanto en el sentido de personalidades destacadas como de formas retóricas, los ensayos de Claudio Iglesias reconstruyen una época y el modo en que el arte y los artistas se convirtieron en marcas de sentido para un mercado de subjetividades. Daniel Gigena
El escritor José María Brindisi escribe en la contratapa del libro de cuentos Cotidiano de Mariana Travacio:
“El mundo no acaba con un estallido, ya lo sabemos por T. S. Eliot. ¿Pero de qué trama está hecho ese quejido que es a veces un final, la disolución de algo, y a veces sólo un rumor, un ronroneo interno que reverbera en cada rincón de la mente y no deja respiro?
Los cuentos, las voces de Mariana Travacio transitan por esa estrecha franja, cuya única escapatoria parece materializarse en las dos caras de una misma moneda: la locura o el olvido, últimas estaciones de un viaje que con frecuencia apenas se inicia. La ajenidad o extrañeza de esas voces las vuelve peligrosas; exageradamente controladas, se hunden sin embargo en la desmesura sin darse cuenta, como si retardaran algo que sólo puede derramarse en la fatalidad.
Quizá haya un rasgo que defina la escritura de Travacio como ningún otro: ese rasgo es la angustia. Y si esa angustia se vuelve omnipresente para sus personajes no es porque distorsione la realidad, muy por el contrario: es porque anida en cada gesto, en cada movimiento. En el silencioso fluir de lo cotidiano”.
Sobre su novela escribe Elena Tardonato Faliere:
“Escribir esta ficción fue para mí como seguir una música. Amalgama de lo excepcional y lo cotidiano, lo arbitrario y lo común en resistencia a lo serio. Imaginé un tejido —o quizás él me imaginó a mí— en el que la historia y las situaciones de los personajes me llevaron a acumular detalles, a multiplicar estructuras, y especialmente, a recuperar lo cotidiano, lo contingente, para hacerlo irrumpir en un allegro de situaciones por momentos divagantes, insólitas y, finalmente, liberadoras.
En búsqueda de nuevas oportunidades, la protagonista de esta novela —de este viaje— se aventura por caminos que nunca antes hubiera imaginado, y escribe, sin proponérselo, la historia más antigua: la historia de una partida y un retorno que nos trae de vuelta hacia nosotros mismos”
Dice el autor de su libro: “De la peripecia extravagante de un escriba ignoto a la rutina del reparto de aceite por las calles lluviosas, pasando por una reunión de viudos que juegan a una forma de la eutanasia; de la patética inferioridad del colonizado que consume la cultura extranjera a las utilidades borgeanas para el ensayo sobre un poeta local, pasando por el inquietante trastorno de uno al que se le torna imposible volver a leer; del extraño procedimiento para un servicio funerario al descubrimiento de una aciaga paternidad, pasando por la desnuda tiranía de la escritura que prepara un acontecimiento urbano y coral, los relatos aquí reunidos pretenden abarcar diversos mundos y perspectivas. En cuanto a lo formal, algunas variaciones léxicas y sintácticas suponen desfigurar lo inevitable de un tono y un estilo que a la fuerza se va enquistando en quien escribe. Me han acusado siempre de lisonjerías algo barrocas, hasta de niñerías preciosistas en el placer de confundir o hacer complicada la lectura, de elegir la curva antes que la recta para llegar al objetivo. Espero que esos escollos no sean traspiés que hagan huir a la lectura, sino más bien un desafío convencional del divertimento de leer. De los nueve «cuentos» la escritura de cinco de ellos trajinó un período de casi veinte años, mientras que los cuatro restantes se fraguaron entre 2012 y 2014. Por este motivo, quizás, sería adecuado señalar al conjunto como una personalísima primera antología”.
Dice Patricia Suárez de Teatro II:
“Las obras aquí reunidas hablan de mis preocupaciones: la violencia en el matrimonio y la familia; el antisemitismo y el aborto. No dejan de ser las preocupaciones de muchos de nosotros, y por eso, creo yo, deberían estar sobre el escenario. Cada obra abre una pregunta, que, si no tiene respuesta, al menos abrirá nuevas preguntas”.
“Novela del género fantástico con varios emblemas sobre la circularidad del tiempo, enlazados con los temas de la dictadura. Muy bien escrita y muy bien anudada en su estructura, a través de los temas recursivos que se resignifican”. (Del informe de la jurado del Concurso Nacional de Novelas “Municipalidad de San Martín 2010” Liliana Díaz Mindurry)
Novela filosófica de la cual dice Lila Siegriest: “…Son los Quarantas, los múltiples Manueles, que aparecen desde la narración de sus seres queridos. Se recrea un pasar y se delega, a los testigos compañeros de vida, la autobiografía. ¿Quiénes podrían escribir sobre un muerto gris sino sus deudos? ¿Cómo sería la vida de los otros sin la de unos? ¿Una muerte es el final de algo? NO. Quaranta saético se zambulle en un yacimiento overdrive que el mismo alimenta y configura. La muerte termina por separar lo que nunca estuvo unido y aglutina lo indiscutible….”
El prestigioso poeta Carlos Battilana escribe en parte del prólogo al libro Inmemorial de Diego Colomba:
Los poemas de Inmemorial no sólo enuncian lacónicamente, sino que son producto de un proceso de depuración. Como si las palabras del poeta, de manera reticente y huraña, fueran la punta de un iceberg que remite a una región resguardada celosamente. De allí que la poética del libro se explicita como la consecuencia de un esfuerzo de enunciación del que quedan, tan sólo, residuos y minucias: “Un poema/ vive/ de sus restos”. La mayoría de los poemas de Inmemorial son anotaciones que evocan las miniaturas de los haikus; en ocasiones recuerdan el registro aforístico y, en otras, los poemas ínfimos del hermetismo italiano que tiene a Giusseppe Ungaretti como uno de sus modelos. Pero sobre todo, estas anotaciones aéreas recuerdan a Juan L. Ortiz: el paisaje más que ser observado, nos mira. De una manera silenciosa, nos interroga acerca de nuestra incertidumbre vital. La observación del entorno se resuelve en una suerte de destello o de concentrada iluminación, y el blanco de la página sostiene la inscripción de ese conjunto de signos.
Beatriz Vignoli dice una parte del prólogo de Hueco en el mundo:
“En Alassia, la sonora palabra amasa imágenes y éstas hacen mundo; no a la inversa. Y ese mundo nacido de la escritura se rige por sus propias leyes no escritas, una de las cuales podría enunciarse así: “toda la riqueza que tenemos es esta, es la belleza de nuestras palabras”.
A golpes de verso es que Alassia lucha por bienes tan valiosos como la nada, el vacío, la ausencia. Tanta contundencia se debe a que sus palabras se han enzarzado en un litigio contra la poesía terrateniente, pero un litigio al revés: una pelea donde, como dijera Hemingway en el título de uno de sus libros de cuentos, Winner takes nothing”.
Dice el poeta y escritor Tomás Boasso: Sanguíneo es la transmisión poética de la historia de una familia, desde el punto de vista de sus dos primos escritores: Fernando y Verónica; a lo que puede sumarse la voz en común, el nosotros de su parentesco. Cada poema es un eslabón que se trenza en el siguiente, y así, por medio de detalles, se va tejiendo la obra, un único poema equilibrado en tono, imágenes y conceptos. Hay gracia y dureza, personajes luminosos, paisajes. Una charla pulida, versificada para revelar el proceso de pensar-sentir, sentir-pensar que la poesía necesita y agradece.
En Wachi book se narra la historia de un pichón de paloma que una tormenta arroja inesperadamente en la casa de un escritor. La vida familiar se irá transformando a medida que el pájaro crezca generando hechos reales e imaginarios que lo tendrán de protagonista.
Muchos de los relatos que integran este volumen se transformaron en monólogos que una larga lista de actores pronunció sobre los escenarios de Teatro por la Identidad. En todos ellos, a partir de la evocación de los detalles que entraman el devenir cotidiano – como los zapatos con olor a pata de Aníbal, el gato de Diana, los ñoquis que no llegó a comer Coco o las botitas de Juana -, la figura de los desaparecidos parece rasgar la foto en blanco y negro en la que quedaron congelados para reconstruir el fluir de la vida. Algunos dialogan entre sí, y entrecruzan las horas de mate, guitarra, libros y amores juveniles con los días urgentes de la militancia. El trazo de Gilda se detiene en cada gesto, y enlaza paciente y obstinadamente los hilos. Para ofrendar un tejido textual que recupera los ideales y las luchas de toda una generación. Una polifonía de voces que interpelan, con la verdad concreta de su legado, nuestro presente. Patricia Zangaro
Dice Patricia Suárez de estas obras reunidas:
“Escribí estas obras a la lumbre del hogar. Es una expresión vieja pero se aplica completamente. Me causa cierto pudor hablar de metodología de trabajo, pero la hubo. La Tarántula, El Escorpión y Natalina son tres piezas enlazadas entre sí que forman parte de mi historia familiar o para decir mejor, de la leyenda familiar de mi abuela paterna. Viví con ella muchos años y es una voz que me habla cuando escribo teatro. Durante todos esos años de convivencia me contó sobre su juventud, sus padres, su condición de inmigrante, su relación con la tierra, su familia. Las historias de familia son un rosario de contradicciones. Fui recogiendo información a través de mi padre y conjeturando sobre cómo pudo haber sido aquel instalarse en el país y haber alcanzado una cierta prosperidad campesina. De esta manera, construí bajo mi cuenta y riesgo un mapa sentimental de la Pampa Gringa.
La cuarta historia, La dificultad, me fue contada por alguien cercano que conocía a los protagonistas de esta historia, que también formaba parte de la Pampa Gringa”.
Acerca de la novela Aunque ella nunca se entere ha escrito Jorge Cohen:
“Desde el título, la novela de Silvia Tombolini invita al lector a meterse en el texto y descubrir quién no se entera, y de qué. Y es la lectura la que da respuestas, en un relato de estilo clásico, fluido y con un lenguaje no sofisticado, que utiliza todos los recursos del género, diálogos, la primera persona y la tercera, con cambios que mantienen la tensión y la atención sobre Violeta, la protagonista; y sobre su entorno familiar contemporáneo y el del pasado, que se ubican en un mismo plano. Es ese múltiple entrecruce el que le da entidad a la novela, en el que la autora mantiene un equilibrio narrativo que nunca pierde credibilidad. Hay también una marca urbana que hace su aporte a la identidad de la trama y es esa casa en la que vive Violeta, cuya ventana mira al Bulevar, y a esas hojas que vuelan hacia el cielo de Rosario.”
Unas vacaciones, una bolsa con dinero olvidada, un cadáver por identificar, la vida en una gran ciudad de inmigrantes indocumentados, un empleado bancario, son parte de algunas de las escenas cotidianas a partir de las cuales Natalia Massei construye los relatos del presente volumen. Un sutil entramado de situaciones, de las que no está ausente la primera persona en diálogo con otros personajes, envuelve al lector haciéndolo partícipe de la ficción.
Marcelo Scalona, en “Prólogo” de este libro, describe la escritura de Massei por :
“… la exactitud de la articulación (el laconismo dibenedettiano), la reticencia a la mani-pulación, la obviedad o la fantasía pueril, cierta ferocidad y contundencia en lo histórico, el punto de vista del coraje y la dignidad, y un velo de suave desaliento chejoviano capaz de hacer de una historia negra una pieza lírica, de gran ternura implícita, aunque felizmente, siempre, contenida, justa.”
Maraña es el quinto libro que se incorpora a la Colección Narrativa de la editorial. Su autora, Natalia Massei, ha integrado la antología de cuentos ROSARIO: Ficciones para una nueva narrativa que publicáramos en 2012.
Los escritores que integran esta antología pertenecen a una misma franja generacional, tienen todos alrededor de 30 años y componen su obra en y desde la ciudad de Rosario. ¿Qué es lo que los motiva a escribir? ¿Desde dónde construyen sus ficciones? Agustín Alzari abre su cuento con una maestra jardinera que se amotina tomando de rehenes a sus pequeños alumnos. En el relato de Federico Ferroggiaro lo que predomina es el río marrón, el espacio entre Rosario y las islas; quien lo atraviesa es un mensajero que encontrará lo brutal en ambas orillas. El Niño C narra crueldades micropolíticas de un mundo de adultos asediado por la muerte y una economía devastada. Francisco Pavanetto crea un mundo en guerra donde los personajes son humanos y animales caricaturizados que luchan por salvarlo de su extinción. Natalia Massei deja caer un muerto en el patio del departamento de uno de los personajes, quien ya tenía programada una cita que no piensa modificar. Matías Piccolo también juega con los muertos pero lo hace de una forma mágica, en la que un brebaje puede ser la última vía de acceso posible a la felicidad. Por último, el cuento de Sebastián Bier, quien en la descripción de los días construye una ficción de situaciones y acontecimientos de la vida cotidiana de un joven que disfruta de las drogas, del cine y del rock.
En esta antología, el lector encontrará una amplia mirada de la narrativa joven producida en Rosario en los últimos años.
Se suma a la Colección Narrativa de la editorial En el cuerpo quién sabe” de Carolina Musa. La obra contiene siete cuentos en los que el paisaje del interior profundo de la Argentina se entremezcla entre realidad y ficción.
“El Mago hubiera preferido regresar de noche, en un tren que atravesara la oscuridad de la pampa, interrumpida apenas por las luces de algún rancho lejano, por los faroles de una vieja camioneta, por la fantasmal luminiscencia de los animales muertos en los bajíos. Se soñaba acunado por un vagón oscilante, sintiendo el golpeteo rítmico sobre los rieles, cubriéndose a medias del aire húmedo y frío que entraría por la ventanilla, sin embargo abierta. Y con el alba apenas insinuada, vería cómo la luz blanca de la locomotora enciende las copas de los álamos, y escucharía el silbato agudo cortando en dos el aire y anunciando ya llega el Mago, ya trae la lluvia que esperaban. La nave clavaría sus frenos sobre las ruedas del hierro, resoplando y tensándose hasta quedar inmóvil. Entonces oiría el tañido de la campana y bajaría al andén de ladrillos rojos, cargando su pequeña y anticuada valija. Observaría al maquinista y al foguista charlando con el jefe de estación, caminaría unos metros hasta el cartel de hierro y tocaría con la punta de los dedos las letras despintadas para confirmar, como si fuese un ciego, que está otra vez allí, después de treinta años. Y una vez que el tren partiese, cruzaría las vías entre los últimos humos blancos de la locomotora y los primeros vapores de la escarcha derritiéndose. Después sólo le quedaría caminar hasta la plaza y esperar a que el bar abriese sus puertas.
Pero ya no había trenes a Ibarluxea cuando, parado al borde de su vejez, se animó a regresar. Y no era de mañana sino de tarde cuando bajó a la ruta, y los humos soñados, blancuzcos, fueron reemplazados por el oscuro vómito de un motor gasolero. Aparecieron dos perros, que no había previsto en su arribo imaginario, bastante bien alimentados y amigables. Eso lo tranquilizó. Comenzó a caminar hacia el norte, en dirección contraria al pueblo y lo acompañaron como un séquito disciplinado y atento, con las colas en alto y las bocas jadeantes, con el tranco ágil y preciso. Llegaron a un paso a nivel; cien metros más adelante, a la estación abandonada que se escondía tras la grisura de los silos: el cartel con sus letras despintadas todavía estaba allí, a un costado del andén.”
Fragmento de la novela de Alejandro Hugolini: Llueve sobre los rieles. (Baltasara Editora 2014)
Comienza su andadura la Colección Poesía de Baltasara Editora con un nuevo libro de Beatriz Vignoli: Lo gris en el canto de las hojas (Poemas). La obra viene acompañada de un proemio escrito por la misma autora en el que reflexiona acerca de acontecimientos de su vida en los que apoya su creación. Se divide en tres secciones: I. Albada; II. Refinería y III. Jironadas.
Recién salido de imprenta, comenzamos a distribuir esta tarde el nuevo libro de la Colección Patrimonio de Baltasara Editora, que recopila las únicas obras de teatro publicadas por Fausto Hernández, con prólogo de Osvaldo Aguirre.
Fragmento del Prólogo, por Beatriz Vignoli
“En un cuento de Pereyra, un mismo nombre puede nombrar a dos personas distintas. Al ser enunciadas en el interior de otra ficción, las ficciones de Pereyra constituyen engaños en su propio nivel de representación, mentiras con las que el narrador se burla de los otros personajes; pero cuando se las lee anamórficamente (vale decir, al sesgo: estos textos requieren de una lectura barroca, alegórica, al sesgo) lo que aparece es una verdad profunda como la que brota del inconsciente mitopoético puesto a producir bajo las leyes del sueño. Se trata menos de un juego de cajas chinas que de cadenas de relatos: relatos en guirnalda, en daisychain, en metonimia disparada al infinito. Se sostiene Pereyra en las tradiciones de la fábula y el nonsense latinoamericano que abrevan en las Mil y una noches. Se sostiene y también disfruta de caer, como un equilibrista posible en su circo nocturno. Pero no cae para fracasar sino para derramarse en nuevos significantes.”
Fragmento del Prólogo, por Diego P. Roldán y Cecilia M. Pascual
“Envueltos en una capa negra, traidores, impostores, desocupados, pobres, mendigos, burócratas, persiguen el asilo de la multitud, de las boleterías ferroviarias, los vagones sucios de un tren de segunda, las sombras clandestinas de los paseos públicos, un banco abandonado en una plaza o en la costanera, las calles pulidas por la lluvia, el cuartucho mínimo de un hotel desolado, las paredes rutinarias de una casa de familia, una oficina, la cárcel o un manicomio que en el fondo quizá sólo sean variaciones de lo mismo. Todos los ensayos de fuga, los planes más o menos instintivos de evasión terminan fracasando, chocando contra tabiques tan rígidos como invisibles. Aunque de distintas maneras, los protagonistas de las once piezas que componen Los treinta dineros son incapaces de sustraerse del pasado…”
La presente edición revisada y ampliada de Los treinta dineros se concreta dentro del objetivo de Baltasara Editora de contribuir a preservar el patrimonio cultural de la ciudad de Rosario. Se rescatan aquellas obras que son parte del fondo editorial del sello “Librería y Editorial Ruiz” que durante los años 1930 y 1972 llevara adelante el librero y editor español Laudelino Ruiz.
Con el fin de ofrecer otra mirada al lector, se invitó a escribir el prólogo a dos historiadores, investigadores en el campo de los estudios culturales urbanos; se anexaron, al final del libro, notas al texto con información complementaria acerca de la primera edición y críticas publicadas en 1939 en los diarios “La Nación” de Buenos Aires y “La Capital” de Rosario.
Los escritores que integran esta antología pertenecen a una misma franja generacional, tienen todos alrededor de 30 años y componen su obra en y desde la ciudad de Rosario. ¿Qué es lo que los motiva a escribir? ¿Desde dónde construyen sus ficciones? Agustín Alzari abre su cuento con una maestra jardinera que se amotina tomando de rehenes a sus pequeños alumnos. En el relato de Federico Ferroggiaro lo que predomina es el río marrón, el espacio entre Rosario y las islas; quien lo atraviesa es un mensajero que encontrará lo brutal en ambas orillas. El Niño C narra crueldades micropolíticas de un mundo de adultos asediado por la muerte y una economía devastada. Francisco Pavanetto crea un mundo en guerra donde los personajes son humanos y animales caricaturizados que luchan por salvarlo de su extinción. Natalia Massei deja caer un muerto en el patio del departamento de uno de los personajes, quien ya tenía programada una cita que no piensa modificar. Matías Piccolo también juega con los muertos pero lo hace de una forma mágica, en la que un brebaje puede ser la última vía de acceso posible a la felicidad. Por último, el cuento de Sebastián Bier, quien en la descripción de los días construye una ficción de situaciones y acontecimientos de la vida cotidiana de un joven que disfruta de las drogas, del cine y del rock.
En esta antología, el lector encontrará una amplia mirada de la narrativa joven producida en Rosario en los últimos años.
"Este grupo de poemas dibuja una genealogía. Los textos construyen historia como quien levanta paredes; la historia, a su vez, se reparte en una serie de casas: casas donde hubo presente, donde vivió la gente que quisimos y donde todavía vivimos (en este mundo, bajo esta luz). Es un repaso vital al que el epígrafe de Le Corbusier le marca el tono: la arquitectura como punto de vista. ¿O acaso no somos también formas, dispuestas así y asá en un espacio determinado?"
Laura Wittner